En Sueño Profético decían:
¡Cuánto repetía el Maestro estas Palabras!:
“Aprended a enseñar a vuestro espíritu, para que continuéis luego conmigo en la Gloria de Dios Padre cuando ya no Me veáis de Dios Hijo”.
“Luego no tendréis a quien preguntar que os responda como el propio Dios, como Yo que soy el que enseño y seguiré enseñando después de mi Resurrección. Para que siga el hombre aprendiendo, también vengo al hombre, ya sin Carne, pero mi misma Palabra”.
“Aprended con Amor y con deseo de saber más de mi Gloria. Si enseñáis no amando, cada vez irá con menos fuerza la Enseñanza. Si hay Amor, no tendrá final el enseñar y el aprender. Aprended que vuestras preguntas sean a lo que habéis aprendido. Aprended de Dios Hombre, ya que mi Padre ha dado el Premio al que pueda verme de Carne”.
Dijo uno:
Después de oír a Él, no nos detenía nadie que quisiera hablarnos del Cielo. Después de oír su Palabra, no había palabra que tú obedecieras. Después de ver su Presencia, ¿a qué hombre comparabas, por bueno que ahí fuera en la Tierra? Si Él, tan sólo mirarlo, te daba alegría, pena, te daba aquella Enseñanza para el que aprender quisiera.
Desperté, oí:
Esta es la descripción de ver a este Dios de Carne:
Alegría sin igual, de ver que Dios bajó del Cielo a la Tierra a perdonar.
Y pena, cuando oías las ofensas al pasar.
Esta era la más pena, cuando oías decir:
¡Dice que es Rey del Cielo, y que su Padre vive en Él...!
¡Que le den muerte de cruz!
¡Ya se están sorteando sus ropas!
Esto, no podía oírlo el que Lo amaba.
Y no podía contestar por el aprieto de garganta, que la pena te apretaba.
Luego, después de ver la Cruz sin Maestro, recordábamos sus Palabras:
“Aprended y enseñad, pero con Amor”.
Si falta el amar, muere la Enseñanza.
***
Incluso la respuesta a las ofensas debe ser con Amor. Si no, no hay Enseñanza.
ResponderEliminarQuién puede mejorar las palabras que las que sean dichas por Dios mismo en su Cielo o en la Tierra? El que aprenda de éstos Elegidos no puede encontrar a nadie que le enseñe mejor del Cielo, porque ha sido el mismo Dios quien lo ha enseñado.
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