En Sueño Profético hablaban del que vivió en el pecado y luego a Dios buscó:
Éste tuvo que tener momentos de odio a su vivir y deseos de vivir como el que hacía una vida santa.
Dijo uno:
Un amigo de los dueños de donde yo trabajaba, había vivido de pecado en pecado. Éste tenía una fragua, trabajo muy diferente al de sus amigos, que era donde yo ganaba el jornal. Éste era un alfarero que moldeaba con tanto primor los cacharros, que a veces tenía visitantes para verlo trabajar a él y a unos chiquillos que recogió por faltarles los padres, que también allí trabajaron. Éstos mimaban el barro, y el amigo golpeaba el hierro. Los alfareros ponían los cacharros como algo que de ellos salía. Y los hierros eran tirados gavilla sobre gavilla, que a veces formaban tintineo.
Ya, un día, le dijo el que vivía una vida santa: “Tienes que tener un peso grande, y no de trabajo, es peso de dar sufrir a Dios. Yo, en cambio, nunca estoy cansado. A estos dos niños los he cogido para yo criarlos, y a Dios le he prometido que en mi alma serán un gran puñado de barro, que siempre pensaré en Él para irlos moldeando. Y luego, que Él me lleve con Él, pero cuando ya estén criados. También tengo premio con la compañera que Dios me ha dado: mejor los cuida que yo. Y he hablado con uno, y unos cuantos síes le di, y todo lo que estás viendo, a ellos, de dueños los he dejado. Mi mujer ha querido, y yo estaba deseando”.
¡Cómo quedo el de la fragua!: era verlo y no explicarlo. ¡Él que sólo tenía un hijo y siempre lo estaba maltratando! Si la mujer se metía por medio, en dos repartía los palos. De noche vivía en las ventas, y dinero iba dejando, y el pecado le hacia pensar más veces en su amigo el alfarero: ¡Quién pudiera vivir santo! Desde el día que al alfarero le habló y le fue comparando, odio le puso a las noches, odio a todo el maltrato que a su hijo le daba. Y fue en busca del amigo, y casi, casi jurando, prometió hacer la misma vida que hacía el de los cacharros.
Desperté, oí:
Fue arrepentimiento grande
y gran cambio,
el cambio que dio el herrero.
Se le notaba en el cuido
y trato que daba al hierro.
El hijo más lo miraba
cuando el padre ya iba lejos.
El hijo y el zagalón
que allí tenía de ayuda,
este cambio le notaron
cuando cogían los hierros
llevando de lado a lado.
¡Nenes! –se oía al entrar
por la puertas de la fragua.
¡Tratad con Amor al hierro,
que yo para darle forma,
no dejo mi tintineo!
Tintineo de alegría,
copiado del alfarero.
El pecado lo dejó,
y vivió aquel herrero
con su mujer y su hijo,
lo mismo que el alfarero.
El hierro era más duro,
y el barro era más tierno,
pero el Amor de Dios
moldeaba desde el Cielo.
***
Libro 14 - Dios Manda en Su Gloria que Enseñen - Tomo II - C3
El Amor de Dios moldea a quien desprecia el pecado y se hace barro en sus Manos. No hay mejor Artesano ni mejor obra de arte.
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