En Sueño Profético decían:
El creer en Dios, te frena. Pero al amarlo, ya no te ocupas del freno, porque Él te va guiando, y ya notas una obediencia que nada te cuesta trabajo.
Dijo uno:
Yo aprendí mucho de unos tíos míos que no vivían ni en el pueblo ni en el campo, porque desde su casa veías el pueblo, y desde el pueblo veías el campo, pero era más campo que pueblo.
Estos tíos míos vivían una vida de trabajo y de Paz. Nunca veías su cara enfadada.
Él me daba el consejo de que a Dios mucho quisiera, que queriéndolo mucho, Él ya se encargaba de que tú fueras bueno.
¡Si el ser bueno es sencillo, y el ser malo, trabajoso!
Yo, si hice algo mal hecho sin haber querido hacerlo, estuve días y horas para quitar lo mal hecho. El hacer mal quita el contacto del Cielo, y ya te cambia la cara porque el mal en ella toma aposento. En cambio, el hacer el bien, te tapa muchos defectos, porque al ser bueno, el “bueno” no deja verlos.
Desperté, oí:
Si estás lleno de Dios,
ya lo dirán tus palabras
cuando tu vivir sea hacer
todo lo que Dios manda.
Este caso hoy contado
te hace que pienses tú
la vida que estás pasando.
¡Qué sencillo hacía que vieras
el ser bueno para Dios
y que todos el “bueno” vieran!
Cierto que, al comportarte mal,
te cuesta grande trabajo
querer el mal quitar.
Te cuesta grande trabajo
si el nombre de Dios lo oyes.
Si eres bueno,
usa el “bueno”,
y ya nada harás mal hecho.
Porque bueno,
si algún día haces mal,
no hay mayor sufrimiento.
***
Libro 24 - Dios No Quiere, Permite - Tomo IV - C4
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