En Sueño Profético decían:
Ley de Dios, ley del hombre.
Las leyes del hombre sin las de Dios nunca serán buenas. Las leyes de Dios son las que te llevan a cumplir las del hombre cuando las del hombre sean justas. Si la ley del hombre te prohíbe el robo y el asesinato, que son leyes bien puestas, tú ni robas ni matas, porque las de Dios ya llevas. Pero antes de llevar éstas, que son las que el hombre condena, están otras por delante para no llegar a hacer nada que de Dios te aleje.
Está la Ley del espíritu que nunca el mal pensar le dejas y tú le implantas las leyes que Dios quiere que se tengan. Está la Ley del Amor a Dios, ésta como Ley es la primera. Luego ya hay muchas leyes que todas salen de ésta. Está la de no pecar por razones que pusieras. Está la de la ira. Está la de la soberbia. Y hay una ley que siempre está sola, que es la ley del hipócrita, del que vive hipocresía, que tiene doble pecar porque siempre su intención es engañar a Dios.
Dijo uno:
Esto es ladrón con suelas de plumas, con eco bien bajo, con finos saludos y siempre acechando, frotando sus manos donde pueda hacer daño. Copa envenenada con nombre cambiado, que no lo sabes y subes la copa a todos brindando.
Desperté, oí:
Cierto que si cumples las Leyes de Dios ya las del hombre te sobran.
Te sobran si las del hombre fueran las mismas que la de la Gloria. Pero el hombre las cambia, que esto se ve en la historia.
En la historia que cada generación deja.
Cada una tiene un mando revocando lo que el anterior hizo y olvidando las de Dios. Que éstas tienen un Poder tan infinito que no admiten arreglo, por haber Aquí otro Mundo.
El arreglo que da el hombre Aquí se queda en suciedad.
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Es tan grandioso el Mensaje que no hay palabras para poder añadir. Sólo meditar.
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