En Sueño Profético vi mucha gente en fila y entregaban documentos. Unos seguían y otros daban disculpa, pero no seguían y se quedaban fuera de la fila donde estaban.
Ya dijo uno:
El hombre, en todo lo que el hombre firma, esto es derecho de estado, esto es la ley del país. A esta gente que la ha visto el espíritu sin cuerpo, el hombre le llama al lugar donde estaban “frontera”. Pero es la misma tierra y el mismo suelo; los mismos hombres: un espíritu y un cuerpo; las mismas familias, unas unidas y otras los hijos a los padres no conocieron, o los hijos buscaron sus leyes y levantaron el vuelo dejando el cariño y el bien que en sus casas les dieron, pero marcharon por buscar un mundo nuevo.
El hombre pone frontera y el hombre obedece, queriendo o no queriendo, pero lo mandan los hombres. Y si pisa otro terreno su nombre es extranjero.
¿Por qué el hombre no piensa que si obedece estas leyes, que al final quedan en la Tierra, por qué no cumple contento las de Dios que son Eternas?
Desperté, oí:
¡Qué Mensaje dan en la Gloria, que deberían, al leerlo, vitorearlo los hombres!
Qué claro enseña a los hombres a que piensen en cumplir estas Leyes las primeras.
¡Qué comparar de emigrantes! ¡Qué comparar de fronteras!
Cómo describen a las familias que marchan porque Amor no les sujeta.
Es la falta de que amen antes al Cielo que a la Tierra.
El documento de Dios es Amor en Cielo y Tierra.
Aquél que no lo desprecie no encuentra jamás fronteras.
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Libro 66 - Investigaciones a la Verdad - Tomo XI - C1