lunes, 14 de enero de 2013
Los quitaba de pecar
En Sueño Profético decían:
Es atrevido hablar de Amor sin amar ni practicarlo, y poner duda en el que ama y practica este Amor. Yo creo que esta duda hay que oírla sin palabras y sin voz, y ya, como punto final, no prestarle atención. ¿Qué atención prestaría un general a un corneta? ¿Y un rey a su vasallo cuando éste dijera: “Aquí no entras porque tú no eres el rey y yo mando en esta puerta”? ¿Y aquel dueño de la hacienda que necesitara trigo y pidiera una fanega y el administrador no lo escuchara y además se la negara? La reacción del general, del rey y del de la hacienda, sería: dos en la cárcel y a uno echarlo fuera. Nada de esto ocurre estando con la materia. Pero en lo espiritual, todo, todito lo niegan.
Ya salió Agustín con sus pecados y sus penas:
Se debería hablar de Aquí, pero vestido de etiqueta, e interrogar al que viene, con máxima delicadeza, y cada palabra que dijera iría acompañada de ésta: “¡Perdone si le molesta!”. Ésta sería otra palabra: “¡Qué alegría conocerla! Esto no tiene precio, tú sufres y a mí me enseñas a que conozca la Gloria antes de ir a Ella”.
Yo quitaba de pecar a todo el que me oía cuando contaba un Arrobo, que algunos no comprendían porque nunca habían vivido con el que Aquí lo traían. Se quedaban tan parados, que cuando les explicaba que mi cuerpo había quedado para enterrar, como un muerto, decían esto con frecuencia: “¡Mira el vello cómo lo tengo!”.
Desperté, oí:
Los quitaba de pecar,
más fácil que saludarlos.
Hay veces que se hacen pecados
por no estar bien enseñados.
Si enseñas a no pecar,
di que estás enseñando a amar
Al no querer ya pecar,
es fácil querer amar.
Al que mucho haya pecado,
yo le diría si llora: “No llores,
porque Dios te ha perdonado”.
Te ha perdonado
con Perdón de Aquí,
de esta Gloria Eterna.
Te ha perdonado sin pedirte
que Le des claras las cuentas.
Yo le quise dar mis cuentas,
y Dios no me las tomó
porque sabía las que eran,
y así aun me perdonó.
AGUSTÍN DE MÓNICA
***
Libro 12 - Dios Comunica y Da Nombres - Tomo II - Pag. 17-18
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El mejor acto de caridad es enseñar a no pecar.
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