En Sueño Profético se vieron unos niños que corrían con gritos y risas. Este oír te hacía pensar en lo sano, en por qué el hombre no llegaba a hombre sin vivir lo malo.
Te daba alegría verlos conversando. Decían por fuera lo que habían pensado. No dejaban dentro nada reservado. Eran de unos 10 a unos 11 años. Se veían mayores por estar vestidos igual que los hombres, pero eran niños.
Dijo un espíritu que Dios manda que dé la Enseñanza, y que cuando vivió con materia enseñó al niño a ser niño hasta que fuera ya hombre:
No son los niños culpables de que no ejerzan de niños cuando ya llegan a hombres; son los hombres, que enseñan como cultura el odio, el pecado, y a todo le abren la puerta, diciendo: “esto no es malo”. Así, desde niños, se enseña.
Esto, es menester que el hombre piense, él solo, este pensar que en Gloria quieren que aprenda para poder enseñar:
“Que todo lo que nace, tienes que esperar hasta que crezca. Y no le puedes pedir tronco al árbol que siembras. Tú cuida con mimo el árbol, y ya Dios le mandará a la tierra”.
Pero, ¡cómo querer enseñar al niño a que el pecado lo aprenda!
Desperté, oí:
Es el hombre el que le quita
al niño la inocencia.
Es el hombre el que educa
inocencia con pecado.
Al niño hay que enseñarle
a que huya del pecado.
Al niño no le hace falta saber
a lo que aún no ha llegado.
Porque no puede comprender
lo que el hombre está pensando.
El niño, si llega a hombre
con lo de Dios practicando,
ya Dios le da inteligencia
y puede ir enseñando.
Al niño hay que dejarlo
igual que se deja al día,
y él las horas va marcando.
¡Cómo cuando empieza el día,
le vas a poner estrellas
igual que cuando termina!
El día empieza en mañana,
se para en medio día;
la tarde ya es más ligera;
y ya, el día, en la noche queda.
***
Libro 20 - La Palabra del Creador - Tomo II - Pag. 62-63-64
Violentar el desarrollo del niño sería como abonar la planta con veneno.
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