En Sueño Profético decían:
La Tierra absorbe al hombre cuando de Dios se retira. Y al retirarse de Dios, ya él coge por amigos a los enemigos de Dios, que éstos tienen fuerza mala, que se la permite Dios.
Mira si tienen gran fuerza, que intentan adornar el mal para que no te des cuenta y vivas sin este Amor.
Dijo uno:
Cuando detrás llevas a Dios, no puedes tener contacto íntimo, y a nada que te ofrezcan le das valor, y desprecias. Si no ves que por dentro tienen este mismo Amor –no siendo una misma carne, que está dispuesto por Dios–, tú debes retirarte, si no es con la intención de que amen a estos Mensajes.
Pero, ¿cómo tener intimidad con el que quisiera que Esto no fuera verdad y lo desmiente en el momento que puede? Tus Palabras y tu presencia muy pronto serán negadas por Mando que dé esta Gloria.
Fariseos y cristianos no puede estar unidos con Dios Padre para decirse hermanos.
Los fariseos podrán, porque practican el daño.
Desperté, oí:
Tiene peligro en la Tierra
y más peligro en el Cielo,
el que diga “quiero a Dios”
y abrace al fariseo.
Que fariseo es
hacer como que está con Dios,
sin quererlo.
El que al Elegido desprecia,
tú ya no puedes quererlo.
Esto es despreciar a Dios.
Porque Elegido es Instrumento
del Mando de Dios.
El que no crea, no manda,
no cura y no perdona.
Es Dios el que utiliza
al hombre, al monte,
a todo lo que es materia,
para que todo esto
hable de su Existencia.
Todo esto tú lo pones con explicación
en momentos que tú ves
que van a dejar el Camino de Dios.
Si Esto no fuera Enseñanza,
sobraría la explicación,
porque no sabrías darla.
Fariseos y cristianos,
no te tapes de enseñar
que no pueden ser
hijos de Dios, ni hermanos.
***
Libro 19 - Dios Manda en Su Gloria que Enseñen - Tomo III -C3
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miércoles, 8 de julio de 2015
domingo, 20 de mayo de 2012
Querían desmentir a aquel Judío
En Sueño Profético hablaba Juan y Tomás de una mañana en la sinagoga.
Dijo Juan:
Yendo un día con el Maestro –pues íbamos los doce–, cuando pasamos por un rincón de una calle –esta calle era donde vivían los más poderosos en dinero y en amistad con el recaudador, escribas y gente de mando–, al pasar estaba el rincón de la calle ya referida, lleno de gente, esperando que pasara el Maestro.
Dijo uno de los que nos esperaban:
–¿Ya vais camino de la sinagoga?
Contestaron tres o cuatro:
–Sí, según nos ha dicho nuestro Maestro.
–Si nosotros vamos, ¿entramos?
Dijo el Maestro:
–Yo, cuando hablo, predico y perdono, es para todos igual; ya queda el sí o el no para vosotros.
Siguieron detrás de Dios Hombre, y al llegar a la sinagoga, se extrañaron del gentío que allí aguardaba a este Maestro. Estaban en la puerta unas mujeres y le tiraron a los Pies unas hierbas muy olorosas que se criaban en aquel tiempo. Querían, los que lo habían seguido, que el Maestro les dijera qué tema tocaría –esto lo hablaban con los Discípulos que atrás quedaban–. Ya que el Maestro entró y quedó silencio, dijo el Maestro:
–Yo, cuando hablo, es mi Padre el que elige el tema. Mi Padre habla a los espíritus que lo escuchan; unas veces vienen a oírlo con Amor, y habla para ésos; y otras veces son fariseos, y tiene que hablar para fariseos. El que viene a oír, no sabe lo que mi Padre va a hablar; mi Padre sí sabe a lo que vienen.
Desperté, oí:
Ellos querían saber el tema, para con su sabiduría desmentir a aquel Judío, que este nombre era muy corriente, como creyendo avergonzarlo.
Cuando el Maestro decía: “Mi Padre Me ha dicho”, y con esa dulzura accionaba, vieron que era Dios.
Cuando echaba la vista a algún extremo, sus caras palidecían.
Se guardaron las libretas que pensaban sacar para poner sus comparaciones.
Ellos querían decirle: “Tú no eres el Dios de Israel”.
Y el Padre quería decirles: “Éste es mi Hijo amado”.
El que a Dios Padre amaba, por el Amor conocía al Hijo.
***
Libro 3 - La Palabra del Creador - Tomo I - Pag. 228-229-230
Dijo Juan:
Yendo un día con el Maestro –pues íbamos los doce–, cuando pasamos por un rincón de una calle –esta calle era donde vivían los más poderosos en dinero y en amistad con el recaudador, escribas y gente de mando–, al pasar estaba el rincón de la calle ya referida, lleno de gente, esperando que pasara el Maestro.
Dijo uno de los que nos esperaban:
–¿Ya vais camino de la sinagoga?
Contestaron tres o cuatro:
–Sí, según nos ha dicho nuestro Maestro.
–Si nosotros vamos, ¿entramos?
Dijo el Maestro:
–Yo, cuando hablo, predico y perdono, es para todos igual; ya queda el sí o el no para vosotros.
Siguieron detrás de Dios Hombre, y al llegar a la sinagoga, se extrañaron del gentío que allí aguardaba a este Maestro. Estaban en la puerta unas mujeres y le tiraron a los Pies unas hierbas muy olorosas que se criaban en aquel tiempo. Querían, los que lo habían seguido, que el Maestro les dijera qué tema tocaría –esto lo hablaban con los Discípulos que atrás quedaban–. Ya que el Maestro entró y quedó silencio, dijo el Maestro:
–Yo, cuando hablo, es mi Padre el que elige el tema. Mi Padre habla a los espíritus que lo escuchan; unas veces vienen a oírlo con Amor, y habla para ésos; y otras veces son fariseos, y tiene que hablar para fariseos. El que viene a oír, no sabe lo que mi Padre va a hablar; mi Padre sí sabe a lo que vienen.
Desperté, oí:
Ellos querían saber el tema, para con su sabiduría desmentir a aquel Judío, que este nombre era muy corriente, como creyendo avergonzarlo.
Cuando el Maestro decía: “Mi Padre Me ha dicho”, y con esa dulzura accionaba, vieron que era Dios.
Cuando echaba la vista a algún extremo, sus caras palidecían.
Se guardaron las libretas que pensaban sacar para poner sus comparaciones.
Ellos querían decirle: “Tú no eres el Dios de Israel”.
Y el Padre quería decirles: “Éste es mi Hijo amado”.
El que a Dios Padre amaba, por el Amor conocía al Hijo.
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Libro 3 - La Palabra del Creador - Tomo I - Pag. 228-229-230
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