En Sueño Profético vi unos escalones largos. Era un sitio donde el Maestro iba a hablar. Era una entrada muy ancha, y en aquellos escalones, sentados, había gente. Llegó Juan y Santiago, y se pusieron unos de pie, y estas fueron sus preguntas:
–¿Es que el Maestro no viene? ¡Yo que he abandonado mi hacienda tan sólo por conocerlo!
A esto le dijo Juan:
–¿Y crees que mucho has hecho? Él, que tiene todo dejado, por su casa no aparece y siempre está fuera de techo...
–¡Calla! –le dijo Santiago–. Tú no estás viendo que le falta aprender todo lo que dice el Maestro: “Id y buscad mis Palabras sin que os encontréis molestos por todo lo que os ocurra, aunque notéis desprecio, que si vais pensando en Mí, Mi Padre os está viendo, y ya Él te rellena el fallo que tú crees que estás teniendo”.
Juan se alegró de estas Palabras que dijo Santiago y que eran dichas por su Maestro.
Desperté, oí:
Juan sufría cuando no decían “Maestro” con ansiedad.
Cuando veía que el conocer no era con Amor.
Tenían ya muchos Hechos de que vieran era Dios.
Juan, cuando le exigían, lloraba con pena.
Su mayor alegría era Buscarlo, Buscarlo sin medir distancia ni trabajo, y cuando Lo encontraba decir con alegría: ¡Mándame! ¡Mándame!
¡Qué importancia tiene buscar cuando encuentras!
¡Y amar, cuando sabes que vas a ser amado!
Si el que dejó la hacienda ama, con ver a Santiago o Juan le basta.
Juan y Santiago llevaban las Palabras de su Maestro, que su Maestro les daba.
Por eso el Maestro quería una Enseñanza tan aquilatada, tan aquilatada, que vieran a Él.
Ama y verás a Dios en el que Él habla.
Aquí verás que las Palabras, el Amor y las Costumbres son de Dios.
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Libro 1 - Meditaciones y Palabras Directas con el Padre Eterno - Tomo I - Pág. 80-81
Quien quiera conocer a Dios se encontrará con Él, pero tiene que saber reconocerlo en la Enseñanza que recibe a través de sus Elegidos y en el Prójimo. Conocerlo es amarlo y desear ser mandado por Él.
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