En Sueño Profético hablaban de los ruegos y rezos
a Dios, de las peticiones, de aceptar lo que te venga y no consentir que
delante de ti a Dios ofendan con estas palabras: “Tú que tanto quieres a Dios,
mira lo que Dios te ha mandado”. Esto no lo puede oír el que de verdad a Dios
ama.
Dijo uno:
Yo, siempre que a Dios pedía, no creía que
mereciera que mi petición fuera concedida. Yo vivía amando tanto, que ya
consideraba que Dios me tenía en su Gloria, y pedía por el que estaba retirado,
para que se acordara de Dios antes de verse en apuros de tener a un ser querido
enfermo o en vida de pecado. El enfermo de carne, si tiene su espíritu sano, no
sufre Dios por él como por el que vive alejado porque no ama a Dios o porque
vive pecado. El hombre hace oración para curar carne, y no busca al pecador
para ayudarle. Esto es porque no piensa que Dios bajó a la Tierra para enseñar
al hombre cómo no perder su Reino. El que tenía la carne enferma y Lo llamaba,
su Poder lo curaba, pero Él buscaba al pecador y el enfermo a Él llamaba.
Desperté, oí:
Decían en la Gloria, que el hombre hacía
llamada al Cielo, con ruegos, para la carne enferma.
Pero qué pocos pedían y rogaban por espíritus
enfermos o por vida en pecado.
Que si los hombres se ofrecieran a Dios para
buscar a pecadores, Dios les daría Mando y Poder para acarrear al rebaño, y ya
serían pastores y agrandarían el rebaño.
El hombre compadece al enfermo y no compadece
al que puede perder su Reino.
Si buscas a pecadores, Dios no se enfada.
Porque Él, siendo Dios, pecadores buscaba
cuando a la Tierra bajó a vivir con el hombre, y su Reino prometió sin
diferencia de clases.
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Libro 31 - Te Habla El Profeta - Tomo IV - C7
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