En Sueño Profético decían:
Para hablar de la lumbre, tienes que acercarte. Para hablar del agua, tienes que mojarte. Y para entender el Lenguaje de Dios, tienes que amarle.
Si lo entiendes y Lo amas, no puedes hacer lo que haces. No puedes vivir lejos de aquello que Dios te manda, y tú seguir andando, dando la espalda.
No puedes seguir a Dios y no darle la mano al que al suelo cayó, porque tu caída puede ser mayor el día que creas: “ya no necesito nada aquí en la tierra, ya tengo de todo, la suerte me da lo que yo no gasto”.
Dijo uno:
Es caída mayor, tener y creer que a nadie necesitas. Es caída mayor porque la caridad de ti la retiran y empiezan a numerar la vida que antes hacías, y vives la soledad.
Desperté, oí:
Vives la soledad de no sentir:
“yo hice esto en el Prójimo”.
Vives un interior
sin fuerzas para pedir
por la enfermedad de tu cuerpo.
Que esto te presenta desesperación,
trayéndote a tu memoria:
“Nunca me ocupé
de las Palabras de Dios.
En lo que yo me hacía dueño,
no daba participación.
Y ahora tengo que dejarlo,
y si con la vista pudiera,
todo lo convertiría en fango”.
Que esta agonía la tiene
el que no amó a Dios.
No levantó al caído
y al Prójimo no acudió.
¡Qué diferencia de agonía:
vivir Prójimo porque está Dios!
Vive tu vida pensando que,
todo lo que ahí tienes,
tiene que quedar ahí.
Y si no viviste Prójimo,
no puedes venir Aquí.
***
Libro 21 - Te Habla El Profeta - Tomo III - C6
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