En Sueño Profético se oía risa de niño. Y una voz de un mayor decía:
Esta risa, es risa de ángel, es risa de Amor a Dios, es risa movida por esta Gloria.
Otro dijo:
Si el hombre respetara a los niños, nunca les cambiaba esta risa. Pero el hombre trata al niño como objeto muerto, sin pensar el daño que puede hacerle.
Ahora habla una mujer:
Yo vivía al lado de un matrimonio que tenía seis hijos, y los padres convivían como si fueran animales o cacharros que tienes para si algún día te hicieran falta. Un día vi que la madre reía con risa diabólica, queesta risa se la producía un chivo que estaba matando, y por no tener el cuchillo con buen filo, no terminaba de degollarlo, y balaba con fuerte temblar. Cuatro chiquillos echados sujetando el chivo se reían y pedían a la madre que no lo matara, para oírlo cantar, como ellos decían. Cuando quedaba callado, otra vez pedían que le clavara el cuchillo para oír su agonía retemblona. Yo quedé sorprendida y a Dios llamé. Pude hablar poco de la impresión, y rompí en llanto. Me fui, y no habían pasado dos horas cuando oí grandes llantos de varios chiquillos. Volví a entrar en la casa –aunque al salir había prometido no volver más–, y estaba con sangre el chico que tenía cuatro meses. El de tres años intentó hacer como la madre al chivo, y los mayorcillos gritaron al ver la sangre. Yo entraba cuando a mi vez un hombre se emparejó, soltó sus canastos de hortaliza y acudió a socorrer. No fue en el cuello como había visto a su madre, fue en un brazo, por no alcanzar al cuello. Otra vez dije: “¡Dios mío!, manda tu Amor a esta casa”.
Desperté, oí:
¡Es pena que el mayor haga lo que va en contra de Dios delante del niño!
En esta casa vivían
con instintos de pecado,
con instintos criminales.
Allí, si estaban los niños,
también estaban los padres.
No había la diferencia
de la risa del que ríe
como ángeles de Gloria.
No pensaban un pensar,
que si veían pecado,
fuera de mayor “na” más.
Esta mujer cuando entró,
en la agonía del chivo,
a Dios con ansias llamó.
A Dios tenían presente
los niños y esta mujer.
Cuando la madre llegó,
todos decían contentos:
“¡Con Eugenia venía Dios!”.
Las cicatrices tenía
como tiempo que pasó,
y la sangre se veía
como la que el chivo echó.
El niño no dio la muerte,
por ser un ángel de Dios.
No despiertes los pecados
que estén dormidos para Dios.
***
Libro 6 - Dios Manda en Su Gloria que Enseñen - Tomo I - Pag. 73-74-75
Somos responsables de nuestros actos y del ejemplo que damos con nuestra conducta.
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