En Sueño Profético vi a un hombre rodeado de chiquillos. Unos le daban moneda, y otros cogían la mercancía sin dar nada.
Ya dijo uno:
Este barquillero quitó muchos llantos a chiquillos cuando oían al barquillero: “¡Acudid los niños! Al que no tenga dinero le doy los mismos barquillos, porque el que tenga dinero se sacará del bolsillo para pagarme el regalo que yo les hago a los niños. ¡Ya se encargan desde el Cielo de que otros paguen los barquillos!
Este vendedor, hice yo con él grande amistad, porque siempre que yo lo veía le pagaba para que le diera a una docena de niños los barquillos sin dinero. Ya, un día que la curiosidad me empujaba le pregunté que cómo se le ocurrió vender de esa manera. Dejó su barquillera en el suelo, que su correa montaba en el hombro, y antes de contestar sacó un pañuelo de su blusón y secó sus ojos antes de que yo viera lágrimas. Ya dijo: “Estaba deseando de contarle mi vida: me crié sin padres y nunca tuve un capricho propio de niño, que se lo da el que cariño le tiene, aunque dinero no tenga. Siempre oí con los que estaba: “el dinero hay que guardarlo”. Pasaban vendedores, y siempre me quedaba atrás cuando todos los chiquillos chupeteaban su golosina. Ya pasó un día un barquillero y se fijó en mi cara. Me llamó y me dio un buen cucurucho de barquillos y me dijo: “es muy poco valor para que sufra un niño”. Me preguntó con quién vivía, y comprendió que no tenía amor de mayor porque en Dios no creían. Fue retirarse el vendedor y oír estas palabras que sin duda eran del Cielo: “Tú serás vendedor de barquillos, pero mandado del Cielo”. Y mire, vivo tan bien, que no cambiaría de oficio ni de género. ¡Es tan bonito vender sin ajustarse a los precios que gastos puedan tener...! ¡Más me dan de lo que valen! Y luego, yo no los niego, y sin dinero mis barquillos doy de balde. No quiero que nadie llore lo que yo lloré de niño por no tener a mis padres.
Desperté, oí:
“El barquillero de Dios”,
fue dicho que conocieron.
Este cliente pagaba,
cuando veía al vendedor,
con creces la mercancía.
Lo siguió más de una vez,
y el vendedor repartía
los barquillos sin dinero
al que andrajoso veía.
Él se fijaba en sus caras,
y el deseo les leía.
Recordaba su niñez,
y al Cielo, para dar pedía.
Llegó a tener dinero,
cantidad día por día.
Pero jamás se quitó
de vender su mercancía.
La felicidad la daban
las caras que él veía.
Dios mandaba compradores
que pagaban y no cogían,
para que él fuera vendiendo
y regalando mercancía.
Al barquillero de Dios
le daba el que tenía.
***
Libro 14 - Dios Manda en Su Gloria, Que Enseñen - Tomo II - Pág. 169-170-171
Queriendo servir a Dios, Él ya pone los medios.
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