En Sueño Profético decían:
La pereza te roba Amor a Dios. La pereza, muchas veces es mandada para irte retirando de Dios. La pereza, mayoría de veces hace que quedes mal y te busca tu sufrir.
Yo, a veces, sentía pereza, y pronto me la quitaba, y esto hacía que me tomaran envidia, y ya me hacía pensar que la pereza no es amiga de Dios.
Si yo, antes de que dijeran: “¡Teresa, que te quieren conocer! ¿Tienes que ir o vendrán aquí al convento?”, antes de terminar la palabra, yo decía: “sí”.
El frío no lo sentía,
aunque frío me veían a mí.
El calor lo recibía
según por donde pasaba.
Si era sitio de arboleda
el camino que llevaba,
algunas veces las hojas,
el fuerte sol me quitaban.
Pero yo iba tan contenta
que hasta las hojas besaba.
El hábito se movía
como niña columpiada.
Ya se iba la pereza
y fortaleza quedaba.
A veces eran casonas,
de esas casas que buscaban
a los reyes los vasallos,
a las reinas engalanadas,
a los príncipes que viven
una vida deseada
por el que no vive dentro
de aquellas grandes murallas,
que a veces el rey no quiere
vivir en tan grande casa,
pero tiene que seguir
lo que otro hombre le manda.
Aquí no hacía calor,
hacía frío de murallas,
que a veces daba este frío,
pereza y frío a las palabras.
Pero yo pronto encendía
la lumbre con mis palabras,
y se ponían en corro,
y ya Teresa no hablaba.
El corro empezaba grande,
y cuando yo más hablaba,
se iba achicando el corro
y en anillo se quedaba.
Y cuando era en el campo,
en un corralón,
que ni era campo del todo,
que allí metían ganado,
también echaba pereza
se fuera por otro lado.
Yo, para hablar de mi Dios,
no había invierno ni verano.
Desperté, oí:
Ni la pereza ni el miedo,
ni la gente de castillos,
ni el rico ni el pordiosero,
me quitaban de que fuera
hablando yo de este Cielo.
Yo quiero que todos lean
mis Mensajes y que aprendan,
que aprendan a despreciar
la pereza de la Tierra.
¡Ay Tierra que manda Dios,
y el hombre se adueña de ella!
¡Ay Tierra que vive el hombre,
y al Dueño le cierra la puerta!
La Tierra está sembrada
con árboles de pereza,
que los riegan los que no quieren
que Dios habite en su Tierra.
TERESA DE ÁVILA
***
Libro 12 - Dios Comunica y Da Nombres - Tomo II - Pág. 127-128-129
Cuando hay deseo no hay pereza. Sólo descansamos en Dios.
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