En Sueño Profético decía Agustín de Mónica:
Hay pecadores pensando qué harían para no pecar, y hay quien está pecando y sufriendo por querer que pequen más. Éstos son los pecadores de los que te debes de apartar. Pero antes de apartarte, es un deber el probar a que dejen el pecado. Es peligroso llegar, si no llegas a Dios llamando, que este llamar te sirve, si tú no puedes quitarlos, que ellos de ti no tiren.
Yo en mi vida con materia vi hacer tantos pecados, que cuando ya no pequé, horror me daba el pensarlos.
¡Cuánto sufrir da el hombre a Dios, por Dios no dejar de amarlo!
Aquí cuento yo una escena de dos que estaban pecando, pecados con envoltura, que no guardaban pecados porque la misma envoltura los iba escandalizando. Yo quise llegar al sitio donde vivía el pecado, y cuando iba a llegar, algo me hacía pensar, y en vez de pararme seguía andando. Hice oración a Dios con súplica de quitarlo. Ya una noche, no muy tarde, cuando aún cerrojos no habían echado, oí unos pasos lentos que a mí me hicieron pararme. Cuando ya llego al sitio, los dos callados, sin hablarnos, estaba el Amor de Dios que los dos habíamos llamado. Mi nombre fue lo primero que con eco se oyó en la calle: “Agustín, ¡cuánto pedía a Dios que de noche yo te viera! No quiero seguir pecando, pero no me veo con fuerzas para ponerme delante de Dios, y cuando llega la noche parece que me empujan a que te busque y tú me presentes a Dios”. Yo quedé como la piedra fría, pero fuerte como roca.
Desperté, oí:
Antes de a él contestarle,
contesté a Dios del Cielo
con unas “gracias”, llorando
con llanto que queda dentro.
Varios días intenté
ir al sitio del pecado
para verme allí con él.
Pero temía el decir
del que pecado no hacía.
Y cuando fuera a buscarme
para quitar de pecar,
la duda atormentarle.
Este pecador pecaba,
y pecado no quería.
Cuando de Agustín le hablaron,
a Dios llamó noche y día.
Es la fuerza del Amor
la que el pecado te quita,
pero tienes que querer
sin pensar a lo que digan.
Yo pensé sólo el quitar
a aquel que pecado hacía.
Mi nombre lo pronunció
el que pecar no quería.
Luego me nombraban otros,
pero ya yo no lo oía.
Dios respondió a sus palabras
porque era Al que ofendían.
AGUSTÍN DE MÓNICA
***
Libro 12 - Dios Comunica y Da Nombres - Tomo II -Pág. 22-23-24
El pecado es la peor epidemia que sufre la humanidad, y la única que se cura cuando no queremos padecerla.
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