viernes, 11 de abril de 2014

La calle del Salvador

En Sueño Profético vi una calle que su suelo era terrizo y sus casas daban lamentos de sollozos al llanto que había dentro.

Ya dijo uno:

Esta calle no está como en esta estampa. Esta calle ya está arreglada por las manos del hombre. Esta calle la pasó Jesús cuando vivió entre el hombre que no quería que fuera Dios, cuando ya tenía que discutirse para una eternidad: “¿Es Dios el que bajó a la Tierra? ¿Es Dios el que dejará su Fosa vacía a la vista del mismo que Le dio sepultura?”. Esta calle –y se vio otra vez la calle– la pasó el Maestro con grande griterío del que pedía su Crucifixión, y con grande silencio del que Lo amaba porque su trato Amor daba, porque su trato te hacía pensar no volver al pecado. Esta calle hubo quien después de que Lo mataron, no la pasaban calzados. Decían que querían sentir el dolor que su Divino Cuerpo sentiría cuando Lo azotaban. Muchos se encontraron en esta calle, cuando subían descalzos, a algunos de los que no creyeron quien era hasta verlo cuando expiró. Éstos tenían que retirarse cogiendo otros caminos y con la mirada al suelo.

Desperté, oí:

¡Que Sueño, Visión y Enseñanza dejan escrita dictando!

Esta calle debió el hombre de acotar y respetar.

Respetar, el que no amara. Y el que amara, venerar.

Y pedir permiso a Dios por si deja Él orar.

Todo aquel que fue culpable, tenía que mirar al suelo.

El Cielo no los dejaba vivir sin el sufrimiento de siempre tener la estampa: “yo di martirio queriendo”.

El Cielo no consentía pedir arrepentimiento cuando Maestro no había.

Todos los que Lo mataron con clavos o con espinas, tuvieron vista en el suelo; luego, condena continua.

La calle del Salvador, el que ama, le decía.

Luego tenía más nombres, que éstos oír no podían.


***

Libro 13 - Hechos de Jesús Perdidos, Hoy Dictados en Gloria - Tomo II - Pag. 62-63-64

1 comentario:

  1. Esta escena se sigue repitiendo hoy. Dios sufre el martirio de quienes se entregan al pecado y sigue mostrando el camino que, a pesar de la cruz, desemboca en Gloria.

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