En Sueño Profético hablaban de la grandeza y la pobreza; de la humildad y la vanidad; de la calma y la violencia; de llamar a Dios adorándolo en los ruegos o llamarlo presentando ira, soberbia y exigiéndole, pidiéndole cuentas.
Dijo uno:
El dolor de la carne te exige y te empuja a culpar a Dios, y en el culparlo Lo llamas en el sufrimiento del espíritu. Te retiras de Él si no estás lleno de su Amor. Si estás lleno, este Amor te hace de centinela y te hace fuerte, y recompensa esperas. Te hace fuerte en no admitir palabras que a Dios nombren dando lástima de ti. De estos consejos huye como liebre al cazador.
La grandeza poco conoce a Dios y la violencia es desafío a Dios. La pobreza bien llevada ves en momentos a Dios. La humildad sirve de muro para poder conversar de los pobres y de los ricos. Y puedes hacer que el rico, un día, abra la puerta a todo el mal que hizo y su conciencia le diga: “Todo esto aquí lo dejas, ¡cuántas alegrías pudo haber dado a la materia que la azotaba el hambre, el frío y la miseria!”.
Desperté, oí:
Todo lo que se ha nombrado es por falta de Amor a Dios.
El Amor a Dios te ayuda en el sufrimiento y no deja que llegue la desesperación.
En el dolor de la carne, si Lo amas, se achica en vez de agrandarse.
Todo es pensar que el camino de la vida material es corto, que los años tienen vuelo, pero nunca para atrás.
Esta Enseñanza es siempre al espíritu, que es lo que nunca muere.
El espíritu, motor del cuerpo, es el que le manda a la acción y a la palabra.
Si el espíritu lo anulas sin darle Enseñanza de Dios, irá el mundo como va: viviendo en grande pecado.
Aunque el hombre lo titula con progreso y adelanto.
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Libro 19 - Dios Manda en Su Gloria Que Enseñen - Tomo III - Pág. 7-8-9
La pobreza, la humildad y la calma son las huellas que el Amor a Dios deja en nuestra conducta; fortalecen el espíritu, dan sentido al dolor y difunden la Enseñanza.
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