En Sueño Profético decían:
Te da tanta Paz en tu espíritu cuando has hecho el bien, que ya no piensas nada más que en hacer el bien por donde ves que el bien esperan.
Dijo uno:
Yo me crié siempre oyendo que no había ahorro que luego te diera, en la enfermedad o en la vejez, más renta que haber vivido siempre haciendo el bien. Pero que el bien llevara a Dios, llevara el bien que hacías. Y al que lo recibía, hacerle ver que el bien iba de Dios. Pues tanto practiqué esta forma de vivir, que cuando fui hombre y ya tuve mi vida independiente, y mis padres veían que ya tenía mi sueldo, nos juntábamos unos amigos, y el número doce éramos, o sea, doce. Nos propusimos que donde hubiera sufrimientos, achicarlos; donde hubiera hambre, llevar comida; y donde los chiquillos estuvieran tristes, llevar juguetes que les dejaran la tristeza por los suelos y la alegría acampara en sus caras. Las caras de los abuelos también cambiaban.
Desperté, oí:
Doce amigos fueron suficientes
para que el pueblo cambiara.
Cada uno iba cundiendo
las necesidades dónde estaban.
Había algunas necesidades chicas,
que si no se quitaban,
el pecado buscaban.
Dios nos mandaba la ayuda,
y algunos daban
sin darle importancia.
Pero nuestras caras,
antes de hablar,
daban las gracias.
Todo es oír y practicar
la Palabra de Dios.
Y sintiendo su Presencia,
ya reciben y ven a Dios.
Con unos pocos hombres buenos,
buenos de Dios,
se borraría y no se conocería esta palabra:
“hombre malo”.
Porque el bueno le quitaría
el crecimiento a lo malo,
con el abono del bien ir dando.
***
Libro 31 - Te Habla el Profeta - Tomo IV - C3
No hay comentarios:
Publicar un comentario