En Sueño Profético decían:
No hay quien viva bien, sin sentir a este Dios del Cielo. Este referir que Aquí refiero le ocurrió a mi familia:
Mi madre era de una familia que descendía de títulos, y siempre fueron conocidos entre los nobles. Tenían títulos, pero vivían de sus antepasados; siempre refiriendo las grandezas, siempre con papeles y documentos que acreditaban quiénes eran. De cinco hermanos que eran, mi madre era la que se salía de ser como ellos. No tenían ni un chavo, pero pergaminos había que por falta de dinero perdieron su valor. Pues en esta familia mía no se preocupaban de Dios; les molestaba cuando alguien, incluso mi madre, siempre estaba con la palabra de “Dios verá...”; “Dios que haga como Dueño lo que quiera...”; “yo, si me voy a retirar de Dios como vosotros, ¡malditos papeles!, dejadme fuera de esa herencia, que esa es la fuerza del pecado: la vanidad, el acaparar de la Tierra, dejando a Dios a un lado. Yo, todos mis deseos, son sentir a Dios, sentirlo para adorarlo”. Tenía la costumbre de recibir al día dando gracias a Dios, y cuando llegaba la noche, la despedía también con las gracias: “Gracias, día, que para mí eres Dios”. “Gracias, noche, que hoy sentí a Dios”. “También venero la noche que pido cobijo a Dios por los niños inocentes; que les procure un rincón con su cama, y si no tienen ropas, que su madre no les falte, que será el mejor calor”. Esto siempre se lo oía yo a mi madre contar a otras amigas, o cuando ella estaba en oración, se lo oía. Todos buscaban mi casa como bálsamo, y mucho se cundieron estas palabras: “No parece de la misma familia; aquí te entran a Dios; allí intentan sacarte a Dios”.
Desperté, oí:
Es camino de mal fin
querer vivir sin sentir
a Dios del Cielo.
Esta familia vivía
tan sólo de los recuerdos
que el hombre tiene en la Tierra
“pa” separarte del Cielo.
Pero no podían vivir
sin oír a Dios del Cielo.
La que despedía a la noche,
y de rodillas al día esperaba,
vivía repartiendo Paz
de conformidad de santa.
“La casa que cura penas”,
venían de lejos buscando.
Hubo nobles de gran rango
que buscaban, no nobleza,
pero sí iban preguntando
la mujer que recibía
al día para adorarlo.
Y cuando veía la noche,
siempre le hacía su encargo:
¡Que no les falte un rincón,
que a Ti te dejo el encargo!
A los niños inocentes
que viven sin el pecado.
Aquél que sienta a este Dios,
al día le hace ruegos,
para que les dé la mano,
y a la noche le recuerda
los niños abandonados.
Siendo la misma familia,
se repartieron en dos bandos.
Con Dios, los que Lo sentían,
porque adoraban su Mando.
Y sin Dios aún están
los que no quisieron amarlo.
Que vivieron en la discordia,
con títulos en la mano.
***
Libro 6 - Dios Manda En Su Gloria Que Enseñen - Tomo I - Pag. 142-143-144-145
El único título que merece la pena cuidar es el de hijos de Dios.
ResponderEliminarEl mensaje es una maravilla y el final del mensaje es Magistral pero Magistral de Magistrales
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