En Sueño Profético hablaba Juan de Dios a varios. Decía:
Amar a Dios y no sentir el dolor del que lo tiene, tú mismo sabes que no Lo amas. Tienes que sentir dolor y sufrimiento como el que lo tiene. Pero con la diferencia, que el que tiene el dolor, espera tu calmante; y en el sufrimiento, espera tu ayuda material o espiritual. Tú tienes que sentirlo como él, pero tú con impaciencia, puesto que en ti está el consuelo.
Un día, cuando iba por la plaza haciendo mi recorrido –pues yo, mi primera visita era para los desamparados de salario. Una vez que alimento les llevaba, les hablaba del que el alimento me daba, porque yo salía a la calle y esto todos oían: ¡Juan, abre el cesto! ¡Juan, sube allá arriba que están recogiendo el trigo y he dicho que un costal sería para tus pobres, para venderlo, molerlo, o si sembrarlo pudieras en terreno que te den, ya cargándolo en la bestia, sale de mi propiedad!– vi a un niño, el que con el brazo estirado y la mano abierta, imploraba le pusieran en su palma de la mano una moneda. Pasaban y pasaban y no paraba la distracción del transeúnte que no necesitaba poner la mano. Me acerqué y pregunté:
―¿Tienes hambre o pides para otro?
―Ven.
Me cogió del brazo y me llevó a una cueva que decía que era su casa, y yo no podía repetir "casa". Estaba la madre quejándose del mal que tenía, y dos niños más pequeños le tocaban la cara. Le di de lo que llevaba, y le prometí ir al día siguiente. Aquella noche mi sueño me despertó con el dolor que vi. Fue dolor en otra materia y reflejado en mí.
Desperté, oí:
Ella tenía el dolor,
pero me dolía a mí.
Me dolía porque era
el que tenía que ir
a quitar a aquellos niños
que nadie veía allí:
sucios, hambrientos, sin padre,
que el padre había muerto allí.
Yo, como a Dios pedía
que mi Amor fuera creciendo,
Él me admitía la súplica,
poniéndome sufrimientos,
sufrimientos que yo iba
y los cambiaba en contento.
Por eso tienes que amar,
amar con ansias de Dios,
amar para que te digan:
¡Ahí pasa Juan de Dios!
JUAN DE DIOS
***
Libro 5 - Dios Comunica y Da Nombres - Tomo I - Pag. 133-134-135
Lo mismo que Dios se puso en la piel del hombre para salvarlo, nuestra ayuda al que sufre empieza por sentir su padecimiento. La caridad despide al juicio.
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