En Sueño Profético decían:
El que
trate al Elegido y no abrace su Mando, el mismo se pondrá castigo y lo verán
castigado. Por que la vida del cuerpo procura darte el engaño en aquello que tú
vas buscando con ansiedad y la Paz te va robando.
Dijo
uno:
Yo
aprendí mucho de mi madre. Pero cuando fui ya hombre, éstas fueron sus palabras
para las cosas que servían poco tiempo y, a veces, ni las disfrutabas por
llegar enfermedad, y nuevas te las dejabas. Voy a decir unas de las que el que
las oía hacía parada:
No te
enfades con los días, que los días no son culpables de que no consigas lo que
quieres.
Los
días obedecen a Dios, que lo puedes comprobar con el sol, la tormenta y la
lluvia.
El día
está esperando que el hombre ponga su fecha para lo que el día le sirvió: para
cosa mala o buena.
El día
no insulta al hombre, y la noche se presenta para darle vida al sueño.
La
noche no quita sueño. El sueño es el que a la noche desprecia. Y siempre oyes
decir: ¡qué noche más mala!, ¡qué larga se hizo!, ¡qué noche más larga!
Desperté, oí:
Veinticuatro
años tenía cuando di la razón a estas palabras que mi madre decía cuando oía
culpar al día de lo que pasaba.
Dos
hermanos éramos, y el más chico que yo, comprendiendo o sin comprender, lo que
oía a mi madre, lo repetía él.
Mi
padre murió en la mina cuando éramos niños los dos. Uno tenía 8 años, y 10 yo.
Los
compañeros no faltaban de llevar a mi madre lo que mi padre ganaba.
Que
esto lo dijo uno, y todos, al cobrar, su parte daban.
Nunca
oí a mi madre mal decir el día.
Decía:
“Si el día hablara, su lástima conmigo la juntaba.
Yo
nombro el día después que a Dios, porque el día sin Dios es noche en barranco,
momentos de desesperación”.
El
Elegido nombra los días porque son de Dios, y le pide a Dios, no a los días.
***
Libro 40 - Dios Manda En Su Gloria que Enseñen - Tomo VI - C6
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