En Sueño Profético hablaban de la Libertad que Dios permite.
Dijo uno:
Tengo un caso aún presente que hoy va a ser dictado:
Yendo un día con el Maestro por la orilla de un río nombrado, en aquella orilla nos paramos mientras él se ponía a explicarnos. Conocieron aquel río por “el río enamorado”. Más de una vez se paró el agua y no se oían ni los pájaros. Todo ponía atención a la Palabra, respetando.
Pues un día llegó uno y se puso retirado de donde estábamos todos, con mucho afán escuchando. Viendo el Maestro que escuchando y no queriendo que Él lo viera –pues éste se puso las manos en la cara y más bien en la cabeza, como queriendo arrancar algo que allí lo atormentaba–, a Juan le tocó por suerte el tener que ir y decir –esto fue dicho por el Maestro–:
–Ve Juan y dile a aquel que acercarse aquí no puede, que vuelva al sitio y entregue la sentencia que en calumnia le han levantado al Hijo del Hombre, que mi Padre les permitió que lo escribieran, pero no les permite que lo pongan en mis Manos, por haberlo escrito con tinta de víboras y manos de Satanás.
–Al que venga a desbaratar lo que Yo voy predicando, mi Padre le responderá desde el Cielo, haciendo que los mismos espíritus del mal sean enemigos unos de otros, se atormenten y se atribulen.
Desperté, oí:
El que llevaba la sentencia no estaba ni en contra ni a favor.
Pero no amaba y servía para lo que fuera.
Esto era coger toda la Libertad que Dios da.
Es mejor que la puerta la encuentres cerrada y las abras cuando quieras, que unas veces esté cerrada y otras abierta.
Porque puede que esté abierta cuando no quieras, y cerrada cuando tú entras.
Ten seguridad en ti mismo y no cojas Libertad. Haz como el de la puerta que tú abres y tú cierras.
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Libro 3 - La Palabra del Creador - Tomo I - C7
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