En Sueño Profético se vio una calle, que no podías
decir ancha ni tampoco estrecha. La calle tenía pena, y la gente que se vio
referían una escena que en Vida del Maestro pasó, que este Maestro era Dios
pisando Tierra.
Ya dijo un hombre con aspecto de haber terminado la faena:
Esta calle cogió lágrimas, queriendo el que las echaba tener
remedio. Esta calle –y otra vez se vio la calle– la pasó Dios Hombre varias
veces, para que luego, después de su Muerte, más la lloraran –pensando en el
que a Dios le dio desprecio o creía que mucho le daba– al ver que ya el Maestro
no pasaba. Pasaba y estaba pero ya sin Cuerpo.
Vivía una familia que siempre estaba disgustada por no querer
hacerle servicio al Maestro. El Maestro lo sabía y les guardaba el secreto,
hasta que después de su Crucifixión ellos lo dijeron con ansias y pena por no
servir al Maestro.
Desperté, oí:
Esta familia negó hacer servicio al Maestro. Cuando pasaban
los Discípulos, a dos chiquillos que tenían de diez y doce años les tenían
advertido que dijeran: ¡No hay nadie! ¡Estamos solos!
Un día, estas palabras fueron dichas al Maestro. Y todos
oyeron:
“Ya tienen puesto el
castigo. Después de mi Crucifixión, saldrán ellos mismos a la calle a decirlo”.
“Le negamos el servirle y negamos nuestros cuerpos”.
“El sueño se ha ido y ha ocupado el sitio el remordimiento”.
Cuando pudieron, negaron. Y cuando quisieron, Dios Hombre ya
no estaba en el suelo con Cuerpo.
“La calle en la que negaron a Dios”: este nombre en el pueblo
le pusieron.
***
Libro 28 - Hechos de Jesús Perdidos, Hoy Dictados en Gloria - Tomo V - C3
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