En Sueño Profético vi a un hombre en un sitio como campo, y una
cerca de pared tapaba aquel recinto, que estaba después de que pasaras la
vivienda. Este hombre estaba moribundo. Y otro dijo:
“Este hombre es dueño de todo
este dinero, que lo ganó con grandes pecados”.
Y vi como cántaros y orzas, llenos
de monedas de oro, que enterrados había. Tenían unas chapas por tapadera y, en
encima, como piletas sembradas de unos matojos que parecían sin cuido; que
parecían, el aire, el sol y el agua, cuidarlos sin que manos allí llegaran.
Destapaban aquellos escondrijos, y las monedas, muchas, hasta tenían brillo.
Pues yo presencié este horrible caso de este pecador de los dos pecados más
horribles sin posible Salvación. Cuando ya estaba desahuciado por los médicos,
mandó sacar este dinero, y yo oí estas palabras: “El que me dé compaña y me
cure el mal de espíritu que me atormenta recordándome las ventas y compras que
hice diabólicas, le doy mis monedas, dejándome las mínimas para mi vivir”. Esto
se cundió, y al llegar al despacho del corregidor, éste mandó que fueran a por
él y lo encarcelaran, a lo que todos vieron poco castigo, y pidieron que no le
pusieran jergón para dormir.
Desperté, oí:
Este pecador grande de avaricia
y de palabras diabólicas,
no llama a Dios del Cielo,
ni pide Misericordia.
Aún quiere ahí seguir
ofreciendo sus monedas
y mandando gente allí,
al sitio con nombre Infierno,
que es condena sin cumplir.
Los espíritus del mal
no lo dejaban vivir.
Y le ponían de tormento
un tormento sin vivir.
Las monedas las dejaron
para hacer un cementerio,
porque el que lo sabía,
miraba para este Cielo.
Y si le hablaban de ellas,
algo le ponía inquieto.
No sirvieron las monedas,
y todos dieron desprecio.
Sirvió para los despojos
que no entran en el Cielo.
***
Libro 14 - Dios Manda en Su Gloria que Enseñen - Tomo II - C7
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