En Sueño Profético hablaban del sufrimiento. Decían que en el sufrimiento, no culpando a Dios, se achicaba el sufrimiento.
Con el sufrimiento abrazado, no se acaba el sufrimiento.
El sufrimiento te quita de que hagas lo bien hecho.
Dijo uno:
Yo, cuando viví con materia, o sea, cuando vivía mi cuerpo, en el pueblo que vivía había una mujer que enseñaba a llevar el sufrimiento. Milagros tenía de nombre, y milagros iba haciendo.
Donde había sufrimiento, pronto contaba su historia. Y no decía mentiras, porque nació en el pueblo y nunca salió del pueblo.
Ella era la mayor de 7 hermanos que fueron. Huérfanos se quedaron. Ella, 12 años tenía. El chico, con año y medio. Tenía un puesto de verduras, que el mostrador era el suelo, con unos sacos debajo y encima la verdura y su peso. Ésta fue su infancia hasta que se hizo mujer y dos hermanos y ella se casaron. Se quedó con los demás hermanos porque le ofreció a Dios y a sus padres que nunca los abandonaría, aunque se portaran mal, hasta que jornal ganaran cuando ya niños no fueran.
Se casó y murió el marido a los seis años de casada. Dos niños le dejó. Y entonces los hermanos se abrazaron a ella cuando le oyeron decir: “Gracias Señor que me has dejado hijos para que de Ti me acuerde y no deje de seguirte para que nunca haga nada mal hecho y puedan odiarme mis hijos”.
Desperté, oí:
Tanto sufrió esta mujer, que llegó a ser conocida por quitar sufrimientos en el sufrir.
Sus palabras daban fuerza cuando a Dios te Lo nombraba.
Siempre tenía en su boca:
“Si Él pudo con la Cruz, ya nos mandará las fuerzas. Lo que yo quiero es morir antes de que yo pida cuentas del porqué me pasa a mí tanto sufrir en la Tierra”.
Tanto se cundió esta vida, que ya te daba vergüenza de a Dios pedirle por ti y no pedirle por ella.
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Libro 29 - Dios Manda en Su Gloria que Enseñen - Tomo IV - C4
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