En Sueño Profético hablaban de la conciencia. Decían:
Hombre de conciencia no tendrá
remordimiento. La conciencia anula el remordimiento.
Habló uno:
Yo conocí a dos hombres: uno, de
una gran conciencia; y otro, con grande remordimiento. Con los dos yo hablaba
bastante porque los dos confiaban en mí sus secretos.
Un día me fue a buscar el de gran
remordimiento, y empezó contándome: “Tengo un pensar que me pesa y te lo quiero
contar: me he quedado con un dinero, que todo estaba arreglado para que nadie
intentara el podérmelo quitar; he falseado unos papeles de mi familia pasada
–de esto hace unos años que el dinero es mío ya–. Pero día que pasa, difícil es
poder vivir con esta trampa delante y con voz lenta el oír: “robaste a una
familia, lástima me da tu fin; enferma esta la madre y manda a sus hijos a
pedir; el padre en un hospital sin poder jamás salir, contagiado por la lepra,
sin familia y con sufrir”. Esto me lo contó uno que vino a pedirme dinero y que
yo a empujones lo eché”.
El de la gran conciencia, un día
temprano, me fue a buscar: “Vengo con alegría de lo que te voy a contar. He
comprado unos olivos y me he ganado un capital, y le he dado una parte al que
me vino a avisar. ¡Yo no tenía conciencia de no repartirle na…! Si no es por el
jornalero, no aumenta mi capital.
Desperté, oí:
El dueño del olivar
vivía limpio de pecado
y a Dios Lo quería agradar.
Él se echaría sus cuentas,
que Dios mandaría al bracero
para subirle su cuenta.
Y luego él obraría
por su conciencia.
El que hizo la faena
de llevarse lo del otro,
la estampa se le ponía
y era volverse loco.
Remordimiento de día,
remordimiento de noche,
remordimiento que hacía
que sus ojos al leproso
lo vieran de noche y día.
Se le quitaba esta estampa
y veía la de la madre
acostada en un jergón
sin salir ni entrar nadie.
Ya, con la de los chiquillos,
se vestía y se iba a la calle,
descalcitos, implorando
y sin escucharles nadie.
Haz como el del olivar,
y tu conciencia disfruta
de esta Gloria Celestial.
Si no quieres enfadar a Dios,
que tanto te ama,
no uses remordimiento,
haz lo que siempre Dios manda.
***
Libro 14 - Dios Manda en Su Gloria que Enseñen - Tomo II - C7
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