En Sueño Profético decían:
Reformar la
Palabra de Dios es no saber lo que es de Dios, por no querer su Existencia.
Porque el que
se atreve a reformar la Palabra de Dios, sabe de letras.
Y si sabe de
letras, ¿cómo puede decir que las que Dios dejó para que todos aprendieran no
están bien hechas?
Dios siempre
escribe y manda para que todos entiendan.
Al rudo, que a
Él ama, le sobran las letras. ¿Quién le va a hablar de Dios mejor que la
Naturaleza, y del ave que nadie cuida, que vuela con confianza, que la comida
la espera en el suelo o en la rama? Cuando coge con su pico el agua que Dios
nos manda, la traga mirando al Cielo, y a mí me deja enseñanza.
Dijo uno:
Estas palabras
yo las oí de un campesino, y no paró la enseñanza.
Desperté, oí:
Yo no esperaba el oír
tantas palabras tan justas,
y que me
fueran a mí.
Este hombre no sabía escribir
“yo Amo a Dios”,
pero su vivir
lo escribía.
Y daba más enseñanza
que el que tenía el título,
como a mí me
pasaba.
Dios me llevó a conocerlo
porque yo quería oír
al campesino
que de Dios
vivía lleno.
Este lleno,
son unas cortas palabras,
y luego me hizo a mí
llenar un cuaderno
para poder
explicarlas.
Cielo, Poder y Naturaleza,
no se cansaba
de nombrar.
La hormiga y el huracán
te los
comparaba mucho.
Decía que el huracán,
con su fuerza,
no se llevaba a la hormiga,
y sí a barriadas
enteras.
***
Libro 22 - Investigaciones a la Verdad - Tomo III - C6
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