En Sueño Profético se vio a un
paralítico en un sillón de ruedas, que él solo hacía que anduvieran las ruedas
para llegar al sitio que a él le hacía falta ir o quería cambiar de sitio.
Se quitó
aquella visión y se vio un ciego, que decía su ceguera el bastón, pero sus pies
iban por su sitio. Ya se oyeron palabras para Enseñanza, y a su vez se vio
mucha gente, aprisa, que cruzaba una calle.
La mayoría de
esta gente está enferma de espíritu, pero no da compasión como el paralítico y
el ciego, al contrario, que le niegan el medicamento y no pueden mejorar.
Empeoran y van contagiando esta enfermedad. El espíritu puede enfermarse en la
pobreza y en la sobra de bienes. Que en esta enfermedad, el medicamento es
enseñar al espíritu a estas formas de vivir. También lo enferma el sufrimiento
cuando no es aceptado y con la confianza en Dios puesta.
Desperté, oí:
¡Qué cierto
que la enfermedad del cuerpo te da compasión el verla, y te ofreces en ayudar
en lo que puedas!
La del
espíritu, el que más puede dar el medicamento, más lo niega, y su receta es
dejar al espíritu que muera y ya hacer la enfermedad incurable.
Al espíritu
enfermo no puede darle el diagnóstico quien no esté cerca del Cielo.
Debería el
hombre cuidar un poco menos el cuerpo y pensar en el espíritu y darle el
medicamento. Que es oración a Dios y comprensión al enfermo. Igual que le
tienes al paralítico y al ciego.
Si esto así lo
consientes, piensa: “Yo soy otro enfermo”.
***
Libro 22 - Investigaciones a la Verdad - Tomo III - C8
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