domingo, 23 de febrero de 2025

A Dios lo que es de Dios

En Sueño Profético decían:

No hay peor vivir,

que vivir sabiendo

que tú eres culpable.

Hay cosas en la vida,

que nos la sabe nadie,

pero en sabiéndolas tú,

basta para mortificarte.

Hay cosas que mal hiciste,

que no se favoreció nadie,

ni les ganaste dinero,

y en el Infierno te entraste.

Esto ocurre muchas veces

por el mando que el hombre coge,

por el poderío que le da el hombre.

Los cargos de ahí de la Tierra,

deberían sortearse

para el hombre que a Dios quisiera,

pero que este sorteo fuera

para los que menos apego tienen

a las cosas de la Tierra.

Entonces sería el hombre

cumplidor de estas sentencias:

“A Dios lo que es de Dios,

y al César lo que es del César”.

Pero el hombre coge el cargo

y olvida estas sentencias.

Dijo uno:

Un amigo mío murió,

y murió lleno de pena,

que nadie supo el sufrir

hasta que dejó materia.

Uno que sabía más que él,

de ese saber de la Tierra,

le hizo un documento

de que lo suyo, suyo ya no era.

Esto pasó a propiedad

del que le hizo firmar

al revés de la sentencia:

“pa” el César fue lo de Dios,

y “pa” Dios fue lo del César.

Yo fui el único que supe

cuando en gravedad entró.

Luego, cuando ya fue muerto,

nadie jamás lo vio.

Pero lo veía el único

que la sentencia cambió.

 

Desperté, oí:

 

Este que cambió sentencia,

siempre lo tenía delante.

Estaba con los amigos

en los salones de juego,

y la cara le cambiaba,

y su vista iba al suelo.

Había hecho una injusticia,

sabiendo que Dios del Cielo

le mandaría castigo,

estando siempre a éste viendo.

Él sabía este castigo,

porque cuando ya muriendo,

dice que en su casa oyó:

Muerto quedaré para el hombre,

y vivo siempre con Dios,

que Dios manda que te diga

que siempre oirás mi voz.

Estas palabras Dios manda,

que te diga,

que siempre oirás mi voz.

Fueron las que publicaron

lo que sabían los dos.

No es vivir hacer el mal,

aunque dispongas de mando,

que puede que el muerto ahí,

Dios, vivo ahí te lo esté mandando.

Porque en la Gloria de Dios,

nunca se acaban los mandos.

***

Libro 8 - Dios No Quiere, Permite - Tomo I - C5

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