En Sueño Profético decían:
Para servir a Dios tienes que amarlo mucho. Pero por mucho que Lo ames, aún te faltarán puntos para amar como Él te ama. Por esto, el que Dios elige, siempre siente hambre de cumplir sus Palabras y de buscar a otros para que más sientan esta hambre.
Dijo uno:
Es curioso, si te pones a seguir al hombre en todos sus actos, cómo cumple lo del hombre, con qué agrado, qué constancia, y cómo le deja el sitio si tiene algún cargo o necesita pedirle para vivir a otra altura. Que luego, él mismo se ve amarrado, y entonces culpa a Dios, y a Dios pone en sus labios.
Ya se ha dicho muchas veces que esa vida es vida de paso, camino que lleva el espíritu, que el cuerpo tiene que pasarlo.
Desperté, oí:
Para servir a Dios
tienes que amarlo mucho.
Porque luego encontrarás
pocos que Lo amen.
Y estos pocos, lucharán
con los muchos que les moleste
que de Dios hablen.
Si estos pocos dicen:
“yo ya hago bastante”,
se han quedado satisfechos
y no contagian el hambre.
Y ya a Dios no sirven
en el servir que vale.
El hombre tiene que pensar
que donde él vive,
otros vivieron antes.
Que donde el pisa,
otros pisaron antes.
Que de lo que él se dice dueño,
otros fueron dueños antes.
Ese camino, sin Dios,
te da muchas preocupaciones.
Que, con Dios,
es vista en vuelo de ave.
Y Él te da contestación
para que pienses:
“Si yo estoy aquí de paso,
yo voy a hacer como el ave”.
Confiar en que mi vuelo
suba o baje.
Que es la vida
que hace el ave.
Hasta que mi cuerpo quede
en la tierra enterrado,
como los que han muerto antes.
Si haces esta meditación,
tendrás siempre hambre de Dios.
***
Libro 31 - Te Habla el Profeta - Tomo IV - C5
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