En Sueño Profético decían:
¡Qué
cortos son los años cuando piensas en el Cielo! ¡Y qué largos son los días
cuando vives vida de suelo!
Y es
que, al pensar en el Cielo, te retiras de las cosas de la Tierra que puedan
darte sufrimientos. Los años, pensando en Dios, tú mismo te pones leyes cuando
el nuevo año entra, y te ofreces en silencio, haciendo tu confesión y diciendo:
Señor,
quiero quererte más, y este año, si vivo, quiero portarme mejor. Y así tú me
darás Mando para ir pregonando: “Yo oigo la Voz de Dios”.
Dijo
uno:
Yo era
amigo de los años, porque un año tenía que llevarme de la Tierra, y si me
portaba cumpliendo las Palabras de Dios, ese año me abriría la Gloria, porque
lo mandaba Dios.
Yo
tenía a la Tierra como paraguas que abres, que pronto el Sol te lo cierra. La
Tierra hay que tomarla, el tiempo que vivas en ella, pensando: “La vida del
cuerpo es cosecha, que no sabes cómo la recolección será. En cambio, en la vida
del espíritu, si amas a Dios, haces buena siembra y dejas buena cosecha, que a
ésta nadie puede llegar”.
Desperté, oí:
¡Qué
comparaciones hacían en la Gloria con los años, viviendo para Dios o para la
Tierra!
Decían
que había que estar haciendo lo que Dios manda todos los años.
Y ya eras amigo del año que te esperaba para esa fecha, en la que a Dios
presentabas el espíritu.
Que en
esta Llamada ya siempre nombraban el año.
Hablaban
de lo corto que es un año cuando a Dios Lo llevas en tu pensamiento.
En
cambio, es año largo para el que vive para la Tierra y a Dios Lo tiene apartado, de espíritu y de materia.
¡Hazte
amigo de los años, con la mirada en el Cielo, y ya nombrarás esta fecha poniendo
a Dios lo primero!
***
Libro 40 - Dios Manda en Su Gloria que Enseñen - Tomo VI - C6
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