En Sueño Profético decían:
Hay quien castiga sin saber lo
que debe castigar. Y hay quien premia lo que castigo tenía. Hay quien abusa del
inocente creyendo que nadie lo está viendo.
Aquí cuento yo tres escenas que
delante de mí ocurrieron:
Estando yo en una iglesia, había
en la puerta un hombre ciego que, con su brazo, alargándolo, a todos los que
entraban, se lo ponía delante, y estas palabras no dejaba de repetir:
–Echad una mirada a este ciego, que yo antes
de aquí ponerme, levanté mi cabeza al Cielo, y ha dicho Dios que me quedé. Soy
ciego de nacimiento, y en ganándome el jornal, soy feliz como el primero.
Entraban bastantes a la iglesia y
ponían en su mano la moneda: unos, con Amor; otros, con desprecio. Ya llegó uno
y le dijo:
–Voy a cambiar de iglesia por no oír siempre este mismo romance –y le
puso la moneda tan en contra de la caridad, que ésta cayó al suelo.
Intentó el ciego rastrear con su
mano, porque él siguió andando, y unos zagalones que también iban a darle, se
adelantaron y se la dieron, además de la que ellos tenían en su mano, a los que
les dijo el ciego:
–Aunque no veo con los ojos, he sentido el desprecio. ¡Qué Dios no lo
haya visto, lo que a Él mismo Le ha hecho! Córreme un poco para atrás, si es
que estoy en medio.
Ya empezaron a pararse, y unos
cuantos dijeron:
–Si somos de verdad cristianos, debemos poner remedio. Yo asigno tantas
monedas. Si alguno de los que me está viendo quiere agregarse conmigo, ya éste
vendrá a este templo como el que más tenga en este mundo embustero.
Desperté, oí:
Este ciego que nació
ya siendo ciego,
amaba tanto a Dios,
que servicio le hacía ciego.
Antes de empezar la misa,
el ciego, solo en la iglesia,
a Dios compaña Le daba.
Luego se salía a la puerta
porque Dios se lo mandaba.
Así cogería el sustento
que sin trabajo le daban,
y el capital, intacto se les
quedaba.
Dios lo mandaba a la puerta
cuando entraban los cristianos,
para que se conocieran
los que entraban disfrazados.
El que a Dios no amaba
y despreciaba al pordiosero,
nadie así lo esperaba.
Se bajaba de su coche
y sombrerazos le daban.
Los caballos conocían
el mal trato que les daba.
Cuando él cogía las bridas,
la carne les señalaba.
Más de un día lloró el cochero
por el trato que les daba
a los caballos corriendo.
Mal final tuvo este hombre
después que lo conocieron.
De los tres hechos, dos ganan
con el premio de este Cielo.
Si el poderoso ama a Dios,
Dios da a él, el premio, primero.
***
Libro 14 - Dios Manada en Su Gloria que Enseñen - Tomo II - C5
Que Mensaje más grandioso!!!
ResponderEliminarDeja el alma tocada y húmedos los ojos. El desprecio y la soberbia hicieron más mal al poderoso que al ciego que vivía con la Luz de Dios en el corazón.
Está visto y comprobado que los de Dios siempre salen ganando
El bando del enemigo siempre sale derrotado