En Sueño Profético decían:
El
que ama a Dios, antes de hablar, mide sus palabras. Las palabras bien dichas
van iluminadas por Dios. Hay palabras que quitan peso al sufrimiento, y hay
palabras que forman gran sufrimiento.
Yo
oí contar una historia un día a uno que la presenció yendo con el Maestro.
Decía, que al pasar por una plaza, había una mujer pegándole a una niña y
diciéndole palabras con grande soberbia, y echándole grandes maldiciones en las
que nombraba a Dios Padre. Fue uno de los Discípulos a decirle que el Maestro
iba entre nosotros. Lo paró el Maestro, deteniéndolo con su Mano, y el Maestro
fue el que se acercó a ella diciéndole:
–Mi
Padre te concedió un hijo, el que tanto le pedías, pero nunca te concederá la
maldición que hoy le estás pidiendo, por ser petición de Satanás. Tu hija te la
concedió mi Padre, porque Yo quiero que vean mi Poder hacer prodigio en la
misma carne. Tú siempre has ido en mi contra, y el Poder de mi Padre en Mí hace
que tu hija sea una más de mis Discípulos. Ella vivirá la Justicia que Yo
enseñó, y su inocencia de niña hará que el padre sea bueno.
Desperté, oí:
Estas palabras decían
lo
poco que era de Dios.
Y Dios quería que vieran
su Mando y su Poder
en
su misma hija actuando.
La niña siempre oyó
la
maldición hacia el padre.
De nueve años que tenía,
cinco
ya estaban aparte.
Cuando la niña sabía
que iba a pasar el padre,
lo esperaba contenta,
aunque
engañara a la madre.
Estas eran sus palabras
enganchada al cuello,
y su trenza
casi
al suelo llegaba:
“Dime que mañana ya
te
vienes conmigo a casa”.
“Dime que madre y tú,
ya no tendréis más palabras,
de aquellas que yo oía,
que
Dios oía y lloraba”.
El padre, cuando se iba,
el pañuelo no faltaba de sus ojos,
y
su vista deprisa al Cielo echaba.
¡Perdón, no sólo por mí,
perdón por todo el que haga
lo que yo hice una vez
que
no puede entrar en casa!
El padre sabía la hora
que la hija lo esperaba,
y corría del trabajo
esperando que la madre
un
día lo perdonara.
La maldición de la madre
era
decirle a la hija:
“¡Permítalo Dios del Cielo,
el que siempre conocí,
que te caiga un marido,
que tu padre sea un santo,
con
todo lo que yo he sufrío!”.
“Y que si mañana vas
otra vez allá a esperarlo,
queden tus ojos sin ver,
y
conozcas apalpando”.
El que oía estas palabras,
se
santiguaba a su paso.
Y el que oía a la niña,
seguro
que se hacía santo.
***
Libro 3 - La Palabra del Creador - Tomo I - C7
No dice el Mensaje si acabó perdonando al marido la que siempre había ido en contra de Dios pero que el padre se volvió bueno, esto lo certificó El Señor.
ResponderEliminarEste Mensaje es uno de los que jamás se olvidan.
Si midiesemos las palabras, otro gallo nos cantara, pero primero medirlas en la conciencia para que la obra fuese perfecta, sin faltas.