En Sueño Profético vi el campo, y uno dijo:
Yo fui pastor de pastores. Yo
empecé a guardar el ganado con diez años. Guardé vacas, cerdos, cabras y, por
último, corderos. Ya, una vez que entre ellos me vi, no cambié jamás. Estos
animales son puñaditos de Cielo. Primero voy a contar tan sólo algo de mi
soledad en mi vida, desde mi niñez:
No conocí a mis padres. Los dos
murieron estando yo con unos tres años. El manigero o arrendatario de la finca
donde trabajaban mis padres, y su mujer, se quedaron a mi cuido. Éstos querían
mucho a mi madre por el sufrimiento que siempre llevaba consigo, por el mal
trato que recibía de mi padre. Primero murió ella, y antes del año, él. Y ya
fueron mis padres todos los que cariño me daban. Dicen que a mi madre más le
preocupaba a la hora de morir, mi padre, que yo, aunque mi cariño mucho más
fuerte lo acunara. Dicen que repetía estas palabras: “Señor, queriendo más a mi
hijo, siento más el irme contigo, por su padre. A mi hijo le darán cobijo, y a
él lo despreciarán por su mal comportamiento. ¡Ya me lo dijo su madre cuando yo
la vi muriendo...! Esto mismo dijo ella: “Si alguno ha de morir, Señor, que no
muera ella, que entonces él no se salvará, porque sin ruegos se queda”.
Esto fue mi vida, y yo vivía
feliz al recordarla. Esto lo recordaba cuando pastaban los corderos. ¡Son estos
animalitos de una Paz tan en silencio…! ¡Son de un acariciar, que te ponen en contacto
con el Cielo! Ellos me hacían pensar si mis padres me estarían viendo y les
mandaban a los borregos aquel pastar en silencio. Yo les decía a otros pastores,
que yo había observado a las cabras y a los corderos, a las vacas y a los
potros, y que ningunos pastaban como lo hacían los borregos. Los anteriores
referidos, comían con ansiedad, se cabeceaban queriéndose robar lo que tenían
medio metro más allá, se daban trompadas, se daban mordiscos, y ya te quitaban
la Paz. Cuando contaba yo esto, los pastores que me oían, razón me daban de
más, y me pusieron de nombre: “El pastor de los pastores”.
Desperté, oí:
Los corderos me decían,
con sus caricias y su Paz,
que mis padres en la Gloria
no dejaban de rogar.
Mi madre se fue primero,
porque Dios así lo quiso
y ella lo pedía en sus ruegos.
Su primera petición
era para su marido,
para que Dios lo volviera igual
que antes de coger el mal camino.
Los caminos del pecado,
que él decía que eran su sino.
La lana de los borregos
me quitaba pesadillas,
y me abrigaba con ellos.
“El pastor de los pastores”
fue el nombre que me pusieron.
***
Libro 14 - Dios Manda en Su Gloria que Enseñen - Tomo II - C4
Que preciosidad de Mensaje!!
ResponderEliminarQue historia más conmovedora!
Gracias Dios mío que nos mandas estas bendiciones en Palabras!