En Sueño Profético contaban de una lección que un día dio un menor de edad a un hombre ya
mayor:
Quince años tenía él, el que
la lección le dio; y cuarenta y cinco el que las palabras oyó. Trabajaban en un
tejar, y tejas hacían los dos. Se conocían poco. Cuando de allí se iban los
dos, el que podía ser su padre, siempre estaba protestando: ¡que si esto no es
vivir vida! ¡Siempre estoy trabajando! ¡Los hijos me tienen aburrido! ¡Con la
madre no me hablo! Me voy por la noche a la venta y con el ventero hablo. Entre
vasito de vino, el tiempo lo voy matando. El que tenía quince años, siempre
estaba en esto pensando: que cómo se arreglaría para poder él juntarlos; para
que amara lo Eterno, y que fuera despreciando lo que no servía luego. Pensó en
hacer oración y pedirle a Dios por ellos: que él se quitara del vino, y poco a
poco entrarlo en una ermita que había cerca de donde trabajaban, y que él estar
sin entrar un día no podía. Allí decía que su padre entró hasta que ya no
vivía, pero a pesar de entrar él solo, a Dios y a su padre sentía, y eso era lo
que contento lo tenía. Una mañana temprano, cuando empezaron la faena, el joven
le dijo: “Si quisieras hacer lo que yo hago, vivirías contento, te cundiría el
jornal y dejarías el “retronillo” cuando pasaras por las esquinas. Aún por esto
no fue el cambio. Esto hizo pensar al que le sacaba tres su edad.
–¿Entonces tú no haces vida de zagal?
–Yo cogí el sitio de mi padre, y mantengo a
mis cuatro hermanos, juntando lo que mi madre gana. En mi casa falta mi padre,
pero está Dios y mi padre. Mi padre siempre hacía lo que a Dios le gustaba.
Desperté, oí:
¡Qué lección le dio el de quince,
al de cerca de cincuenta!
El de cincuenta creía
que siempre estaría de fiesta
al terminar la faena.
Él, la fiesta le llamaba
a estar siempre en oración.
En la ermita, en su casa, en el tejar,
todo era estar con Dios.
Dos hijos tenía el “casao”,
y vivía tan “amargao”.
Cuatro hermanos el zagal,
y esperaban su jornal.
El de los hijos iba solo,
y con Dios el de los
hermanos.
El zagal tiró de él,
y a la ermita iba con él.
Cuando entró en la ermita,
sintió el Amor a Dios
y la venta la dejó.
***
Libro 6 - Dios Manda En Su Gloria que Enseñen - Tomo I - C3
Precioso!!!
ResponderEliminarBuena lección le dió el mozuelo!
Un padre que se haga Santo le deja a los hijos de herencia una escalera que los lleve a los Cielos.