En Sueño Profético vi a un
hombre en un camino sin casas, era el empiezo de un campo, cuando ya dejas
atrás el pueblo. Se notaba que andaba más de pensamiento que de andar las
piernas y querer llevar el cuerpo. Se veía en su andar que la vida le negó su
amistad y ya se veía con desprecio. Iba buscando la muerte, pero quería que la
muerte a él se lo llevara, y en la otra vida, que de él hablara. Que la muerte
sí sabía el tiempo que él había dejado de ofender a Dios, pero ¿quién podría
creer el cambio de su vivir?
Fue verlo, y
dijo uno:
Este hombre
iba un día por este mismo sitio y al oír el tropel que llevaban los Discípulos
con el Maestro, aceleró esforzando el paso y se escondió detrás de un olivo.
Viendo el Maestro lo que él creía que no había visto, le dijo a uno de los
Discípulos, señalando al otro que los seguía:
—Id y decidle
que venga, que Me va a servir. Que ayer mandé a que lo buscaran y mi Padre lo
ha echado por este camino para que se una a Él. Que Yo soy el mismo. Que la
muerte lo ha presentado y Yo, que soy Dios Hombre, lo perdono. Id los dos para
que no crea que es secreto, y ya se sienta perdonado.
Cuando llegó,
no quitaba sus manos y el pañuelo de sus ojos. Y sólo dijo el Maestro estas
palabras:
—Quedando perdonado por Mí, ya puedes tú ir diciendo
que Yo te mando, y al mandarte ya Me sirves. Que no hay perdón con más premio
que me sirva uno que mucho haya pecado.
Desperté, oí:
Este hombre
había pecado, y cada vez su pecado lo hacía más grande.
Cuando le
hablaban del Maestro se escondía.
Siempre
pensando en la muerte y remedio no veía.
¿Cómo borrar
el pasado si ninguno lo creía?
Cuando se
cunde que con el Maestro iba, a más les llegó coraje que llenarse de alegría.
¡Cómo dictan
en la Gloria el vivir de un espíritu, que su cuerpo ves andando y de espaldas!
¿Quién podría
componer ese juego de palabras que, sin verlo, ya lo ves?
Este Mensaje
lo piensas y Dios te lo hace ver.
Lo mismo que
sus andares hablaron lo que ya no habló después.
***
Libro 74 - Hechos de Jesús Perdidos, Hoy Dictados en Gloria - Tomo IX - C5
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