martes, 1 de diciembre de 2020

Las palabras bien dichas van iluminadas por Dios

En Sueño Profético decían:

El que ama a Dios, antes de hablar, mide sus palabras. Las palabras bien dichas van iluminadas por Dios. Hay palabras que quitan peso al sufrimiento, y hay palabras que forman gran sufrimiento.

Yo oí contar una historia un día a uno que la presenció yendo con el Maestro. Decía, que al pasar por una plaza, había una mujer pegándole a una niña y diciéndole palabras con grande soberbia, y echándole grandes maldiciones en las que nombraba a Dios Padre. Fue uno de los Discípulos a decirle que el Maestro iba entre nosotros. Lo paró el Maestro, deteniéndolo con su Mano, y el Maestro fue el que se acercó a ella diciéndole:

   Mi Padre te concedió un hijo, el que tanto le pedías, pero nunca te concederá la maldición que hoy le estás pidiendo, por ser petición de Satanás. Tu hija te la concedió mi Padre, porque Yo quiero que vean mi Poder hacer prodigio en la misma carne. Tú siempre has ido en mi contra, y el Poder de mi Padre en Mí hace que tu hija sea una más de mis Discípulos. Ella vivirá la Justicia que Yo enseñó, y su inocencia de niña hará que el padre sea bueno.     

Desperté, oí:

Estas palabras decían

lo poco que era de Dios.

Y Dios quería que vieran

su Mando y su Poder

en su misma hija actuando.

La niña siempre oyó

la maldición hacia el padre.

De nueve años que tenía,

cinco ya estaban aparte.

Cuando la niña sabía

que iba a pasar el padre,

lo esperaba contenta,

aunque engañara a la madre.

Estas eran sus palabras

enganchada al cuello,

y su trenza

casi al suelo llegaba:

“Dime que mañana ya

te vienes conmigo a casa”.

“Dime que madre y tú,

ya no tendréis más palabras,

de aquellas que yo oía,

que Dios oía y lloraba”.

El padre, cuando se iba,

el pañuelo no faltaba de sus ojos,

y su vista deprisa al Cielo echaba.

¡Perdón, no sólo por mí,

perdón por todo el que haga

lo que yo hice una vez

que no puede entrar en casa!

El padre sabía la hora

que la hija lo esperaba,

y corría del trabajo

esperando que la madre

un día lo perdonara.

La maldición de la madre

era decirle a la hija:

“¡Permítalo Dios del Cielo,

el que siempre conocí,

que te caiga un marido,

que tu padre sea un santo,

con todo lo que yo he sufrío!”.

“Y que si mañana vas

otra vez allá a esperarlo,

queden tus ojos sin ver,

y conozcas apalpando”.

El que oía estas palabras,

se santiguaba a su paso.

Y el que oía a la niña,

seguro que se hacía santo.

***

Libro 3 - La Palabra del Creador - Tomo I - C7

1 comentario:

  1. No dice el Mensaje si acabó perdonando al marido la que siempre había ido en contra de Dios pero que el padre se volvió bueno, esto lo certificó El Señor.
    Este Mensaje es uno de los que jamás se olvidan.
    Si midiesemos las palabras, otro gallo nos cantara, pero primero medirlas en la conciencia para que la obra fuese perfecta, sin faltas.

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