En Sueño Profético se vio una iglesia. Era más
chica por dentro y más grande por fuera. De la gente que salía, tan sólo dos
mujeres se pararon y estas palabras decían:
Yo estuve tiempo sin acudir a la Casa del
Señor. Digo este nombre porque fue el que mi madre me enseñó desde niña. Decía
que a ella le gustaba más oír “voy a la Casa del Señor”, que decir “voy a la
iglesia”. Pues voy a contar el tiempo que estuve sin pisar este suelo:
Tuve un sufrimiento grande con dos hijos que
se fueron de la casa porque yo los maltraté, porque ellos a Dios maltrataban.
Yo no podía oírlos, y siempre en llanto acababa. No sé quién me aconsejó que
ofreciera el no ir a la Casa de Dios hasta que ellos volvieran diciendo: “Yo
quiero a Dios”.
Vi el mayor sacrificio, dándome mortificación
para alcanzar que mis hijos quisieran a Dios.
Una noche, de esas largas cuando el sueño no
llega, oí en mi habitación una voz sin sonido. Era para que la oyera yo:
“Mañana entra en la Casa de Dios y pídele
Perdón por tu Amor tan grande, que te llevó al sufrimiento mayor”.
Desperté, oí:
Fue la voz de su padre,
y marido mío, que murió
estando uno con siete años
y otro con diez.
Cuando esto que refiero,
tenía uno veinte
y otro veintitrés.
Cuando la voz yo oí,
fue cuando me di cuenta
de que me había agrandado el sufrir.
Fui a la Casa del Señor
y los dos esperando estaban.
Al padre Dios lo mandó
para que ellos, al oír su voz,
la Casa de Dios pisaran.
Yo no sabía qué hacer
para que mis hijos se salvaran.
Pero no tuve
quien buen consejo me diera
cuando estaba trastornada.
Dios sabía que Lo quería
aunque no fuera a su Casa.
Y mandó a mi marido,
y volvieron a mi casa.
Yo no podía vivir
sin que mis hijos a Dios amaran.
Aunque no iba a su Casa,
yo sabía que Él en la mía estaba.
Por mucho sufrir que te llegue,
no dejes tú de ir a su Casa.
***
Libro 31 - Te Habla El Profeta - Tomo IV - C7
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