En Sueño Profético decían:
Se van a decir escenas y Palabras que Dios Hombre dijo a los
Discípulos y oyó el que Lo seguía.
Apareció un monte y unos hombres lo subían. Se oían hablar
deprisa, y el movimiento de andar, contento.
Ya se oyó a uno que el contento rompió el silencio del nombre,
de oír Maestro:
–Yo quisiera llegar
antes que el Maestro, porque yo sufro cuando Él espera o veo que pocos suben el
cerro. Y ya, cuando me cuenta Santiago que en la casa que entró no inclinaron su
cabeza y rodillas, le digo: “Santiago, no digas que me estoy alterando. Yo
pienso, cuando detengo el pensar, que ¿cómo puede vivir el que desprecio haya
dado al Maestro, cuando a su casa fue a verlo para dejarle Pisadas que las
pusieron sus Pies, que luego él las pisaba? Yo creo que al poner los pies donde
Él los haya puesto, ya su Reino no lo pierdes”.
Ya sigue el que iba junto a él:
–Cuando llegamos al
sitio, en este mismo momento estaba ya el Maestro con sus Discípulos y un grupo
de gente. Levantó la Voz y el Brazo y le dijo a uno de sus Discípulos:
–Ve allí y tráete a tu lado a aquel hombre que está sufriendo porque
cree que debe el hombre estar esperándome a Mí y no Yo estar al hombre esperando.
El Discípulo fue a por él, pero poco tiempo estuvo a su lado,
porque el Maestro, con la Mirada lo llamó, y cuando estaba delante le dijo:
–Sé donde vives, pero quiero que tú Me digas
cuándo quieres que vaya a tu casa. Sé que tú siempre lo has pensado, pero no lo
has pedido. Hoy ya será tarde para tu mujer y tus hijos.
Desperté, oí:
Allí en el monte estaba la familia, y corrieron, al oír al
Maestro, a ponerse de rodillas.
Al día siguiente, el Maestro entraba por su casa, y ya estaba
preparada para que entrara a Oírlo el que se enterara y quisiera Verlo.
Quitó muebles de una habitación, que era la más grande que
tenía, y puso sillas que fue pidiendo a los vecinos.
No eran para sentarse, eran para poner a los chiquillos
delante.
Unos, subidos en ellas; y otros, sentados; y los mayores,
detrás cuidándolos.
Cuando entró dijo estas Palabras:
–Hay quien tiene sillas y las esconde para
que no acudan a donde Yo estoy.
–A ti,
con haberlas buscado, ya te doy Poder de mi Gloria y verán en ti prodigios y
fuerzas para perseguir al pecado.
Santiago era el que le contaba cómo el hombre trataba al
Maestro.
Ya, a él se le ponían las ganas: ¡Si yo en mi casa Lo viera
entrar...!
Y pronto las desechaba: ¿Quién soy yo para que Él pise mi
casa?
Esto es creer en Dios y dar precio a sus Palabras, que sirven
de Salvación.
Siempre quedará al descubierto la mentira, la verdad y la
razón.
***
Libro 28 - Hechos de Jesús Perdidos, Hoy Dictados en Gloria - Tomo V - C8
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