En Sueño Profético decían:
Debería el hombre llevar una insignia con un ciprés y una lápida. Y sería gran recordatoria para pensar en la muerte, sin que muerte te nombraran.
Despreciarías
la avaricia y corregirías tus faltas. Ni leyes ni guardianes harían ya falta.
El hombre no
se reforma porque no piensa en el final de su cuerpo, que irá a esta casa:
tierra o ladrillo, y, por puerta, lápida.
Esto para el
cuerpo. Para el espíritu está Prójimo y Cielo.
En el Prójimo,
Dios te espera. Y en el Cielo está su Reino.
Esto te hace pensar que Dios es presente en la Tierra y en el Cielo. Que siguiendo su Camino –tu Vivienda después de dejar tu cuerpo en aquella casa triste–, tu espíritu oye alabanzas a Dios Padre y a Dios Hijo, hace ruegos para que el hombre no peque y la Paz reine en el mundo. Esto, si has seguido su Camino, lo vive el espíritu, pero Eterno, como todos los que tuvieron cuerpo, que su espíritu se vino a la Llamada de Dios, y el cuerpo, en el cementerio quedó. Por eso, ciprés y lápida, te recuerdan cementerio, sitio en el que queda lo sucio porque no viene al Cielo.
Desperté, oí:
Al hombre le hace falta
que se pare en el Camino
que cree que
nunca acaba.
Que piense que la muerte
es sorda y sin
habla.
Si la ofenden, no contesta,
y nadie ve la llegada,
aunque la salud la veas
en palacio,
en gente joven
y adinerada.
La Tierra hereda aquello
que no sirve
para nada.
La Tierra te hace que pienses
que tienes la
vida larga.
Te pone hambre en los ojos,
para que desees
lo que Aquí no
hace falta.
Llénate la inteligencia
de todo lo que Dios manda,
y ya enseñarás al Prójimo
que la Tierra
te persigue y
te engaña.
***
Libro 22 - Investigaciones a la Verdad - Tomo III - C7
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