En Sueño Profético decían:
¡Qué alegría es la alegría, cuando es alegría de Dios! Estas palabras fueron en mi familia una herencia que iba de unos a otros.
Ya dijo otro que a veces contestaba con palabras que eran sentencias:
La alegría que no es de Dios,
no es alegría,
es engaño de tu vivir,
es estuche bien presentado
que nada tiene al abrir.
La alegría de Dios
se puede tener hasta en llanto,
se puede tener en pobreza,
cuando tú lleves sus pasos.
Dos amigos tuve yo,
y su familia y la mía
siempre estábamos preguntándonos:
que si hace falta algo
de lo que yo sea dueño,
dueño a vosotros os hago.
Estas dos familias, y la mía tres,
no teníamos nada más que el trabajo,
pero teníamos abundancia de alegría,
y a todo, aire le dábamos.
Hicimos una sociedad,
y a cada uno un contrato,
que esto se prometió:
no se admite alegría
si no es venida de Dios.
Cuando no tengas sufrir,
tendrás alegría;
y cuando venga sufrir,
esta alegría se convierte
en sentir a Dios en ti.
Y ya es sufrir y alegría,
porque el sufrir de la materia
tiene que llegar,
pero sintiendo a Dios,
puede decirse sufrir,
si es alegría en el sufrir
de sentir a Dios a tu lado.
Desperté, oí:
¡Qué presentación de Dios
hace alegría sin pecado!
¡Qué contrato que servía
para hacer a miles Santos!
Trabajo tenían de sobra
aquellas gentes tan buenas.
Y la alegría de Dios
despreciaba las quimeras.
Nunca tuvieron a Dios,
pensando: “Allí está, en el Cielo”.
Andaban con reverencia
porque Lo sentían dentro.
La alegría era de Dios
porque duraba el contento.
***
Libro 14 - Dios Manda en Su Gloria que Enseñen - Tomo II - C1
No hay comentarios:
Publicar un comentario