En Sueño
Profético decían:
Pídele a Dios y ofrécete para que Él te mande. Que
el Mando siempre será para que muchos se salven. Se salven y digan: “Señor, si
quieres puedes mandarme, que mi vida ya la vivo porque tu Mando no lo haces
mandando que mi vida se retire de mi carne”.
Dijo uno:
¡Qué meditación más honda!, que una vez que la hagas,
seguro que a Dios te ofreces. Te ofreces y das las gracias, como todos los que
iban cuando Él los mandaba a los pocos que le servían. Decir “me manda el
Maestro” era darles premio en vida.
Él les decía:
“Luego
estaréis conmigo ya en mi Reino. Porque mi Reino no es de este mundo. Aquí, el
sufrir y el servirme ya es premio cuando lo hagáis por mi Padre. Que aunque al
Hijo estáis viendo, Yo soy el Mando hecho Carne. Al que a Mí me sirve, cómo no
va a premiarlo mi Padre”.
Desperté, oí:
No hay alegría mayor, que decir “yo sé que Dios mis
servicios quiere”.
¡Qué buena meditación, si meditaran los hombres!
“Señor, si quieres puedes mandarme, porque mi vida
ya la vivo porque tú Mando no haces”.
¡Qué cierto que la vida en el hombre es el sí o el
no de Dios!
Su Sí espera la noche y su Sí espera el Sol.
Su Sí lleva el oleaje de los ríos y los mares.
Y su Sí espera la tierra cuando las brechas se
hacen.
Una plumita de un pájaro sin el Sí de Dios no nace.
Pues si te ofreces y Él te manda, es premio que ya
te hace.
***
Libro 74 - Hechos de Jesús Perdidos, Hoy Dictados en Gloria - Tomo IX - C2
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