En Sueño Profético hablaban de las enfermedades de la carne y de
las enfermedades del espíritu. Decían:
Las enfermedades de la carne son
curadas por unos días, meses o años, pero llega el momento de su irremediable
curación, teniendo que dejar la carne muerta.
El espíritu tiene varias
enfermedades. Todas, menos una, se pueden curar. El que tiene la enfermedad de
no querer a Dios, ésta, es su curación sin remedio.
Dijo uno:
Yo tuve un tiempo la enfermedad de la avaricia, y no quería vivir así. Un día, un buen amigo mío me quitó la enfermedad, enseñándome a valorar la Vida Eterna y a despreciar la temporal; enseñándome que la vida temporal era vida encerrada con valor dentro, que si estás unas hora apretando, te viene cansancio y abres la mano; que esto era el vivir de la materia, y que en cambio, el vivir del espíritu, si lo cuidabas, no cogerías enfermedad, cada día estarías más sano, cada día con más vida, buscando lo que no es vano, buscando lo que la vida temporal está despreciando. Pues de tanto que me hablaba comparando las dos vidas, sentí mi cuerpo cansado y desprecié lo que yo creía no poder vivir sin él, y fue mi espíritu curando.
Desperté, oí:
Éste se curó su espíritu,
porque a Dios quería, del
Cielo.
Pero tenían que enseñarlo
a que le diera valor,
primero, a todo lo Eterno.
¡Cómo le pone el ejemplo,
con el valor en la mano!
Que por mucho que quisieras,
acabarías cansado.
Acabarías cansado
y el valor destrozarías.
Esto es la carne enferma,
aunque gran cuido reciba.
Que le llega su cansancio,
sin remedio, algún día.
Si el espíritu lo guardas
de enfermedad maligna,
no le llegará cansancio
ni de noche ni de día.
***
Libro 14 - Dios Manda en Su Gloria que Enseñen - Tomo II - C7
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