En Sueño
Profético hablaban de la
Enseñanza de Dios Hombre, de sus duras Palabras, que a veces salían fuertes y
otras veces eran duras y su Amor te llevaba a su Enseñanza. Todo era dejar
dicho para cuando ya faltara, para que quedara escrito por los que habían
vivido con Él, los que Lo habían seguido no a contra mano, los que no tenían
duda de que era Dios del Cielo.
Dijo uno:
Un día estábamos en un mesón tres de sus Discípulos,
yo y un amigo mío, sentados en el poyo que cobijaba la lumbre. Esperábamos que
el Maestro llegara, porque así lo tenía avisado a los dueños del mesón, a los
que les unía tal amistad con dos de sus Discípulos, que muchos caminantes les tenían
por dueños. Llegó el Maestro, y unos que habían llegado montados en unas yeguas que eran conocidos como grandes tratantes de ganado y que manejaban cantidad
de dinero, le dicen, al Verlo, a sus Discípulos:
—Cuántas entradas le ven a tu Maestro en
este mesón. Y el que está en la entrada del pueblo lo lleva tiempo esperando y
siempre está con falta de tiempo. ¿Es que tenéis alguno parte del mesón?
Esta pregunta fue al Discípulo, y contesta el
Maestro acercándose:
—Yo tengo parte en todo lo de la Tierra, por
ser Dueño de todo. Soy Yo el que os doy la parte. Pero donde miran a Dios Hijo
sin obediencia, como a cualquier caminante, no deja en Mí mi Padre que hablen
de la amistad del Maestro.
Estaba el mesonero y un corro que habían hecho
grande, todos para oír su Voz. Dijo el mesonero:
—Maestro, cuánto sufro cuando llegan caminantes y les oigo decir “al
Maestro lo conocí hace tiempo”, o “no quiero conocerlo, creo que viene a este
mesón”. Yo, de diez cosas que piden, a nueve les digo que no hay, y la que les
pongo es mala, que estaba para tirar. Pero ya estoy cambiado y quiero que me
perdones, porque debo de negarme a todo el que no Te quiere.
Y tirando de aquella silla grande y pesada, se sentó
con los codos en la mesa como queriendo remediar el mal que él creyó haber
hecho.
Desperté, oí:
¡Qué respuestas y qué Palabras se oyen en aquel
mesón!
El Maestro allí acampaba y daba buena Enseñanza.
En el que dieron las quejas los mesoneros
abrazaban al que hacía buenas cuentas.
Las veces que entró el Maestro, por algunos que allí
acudían por oírlo y por verlo, ellos seguían atendiendo agradables al que a Él
no lo quería.
Esto se cundió y se hicieron dos bandos.
Obediencia en un mesón, aprendiendo y respetando por
creer que era Dios.
El otro mesón quedó apartado por la Mano del
Maestro, que era Dios.
***
Libro 74 - Hechos de Jesús Perdidos, Hoy Dictados en Gloria - Tomo IX - C1
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