En Sueño Profético decían:
Todo el pensar que le llegue al Elegido,
el que esté a su lado ve que es Mando de Dios, porque su saber es de párvulos.
Pero cuando Dios arroba su espíritu, ya la Enseñanza nadie la sabe, porque es
Visión diciendo: “¿Quién puede ver y oír a Dios?”.
Pues fue en un momento cuando se vio otra
vez la nube que bajaba del Cielo del cuadro de la Última Cena que Dios Hijo
tuvo con sus Discípulos. Ya se vio la mesa y todos los Discípulos sentados. Estaban
con cuerpo, vestidos con sus túnicas. De momento se presentó Dios Hijo, Maestro,
como Él quería que Le llamaran sus Discípulos, y dijo:
“Todos los que estáis sentados esperando
oír mi Mando, cuando alguno quiera cambiar las palabras que estáis diciendo,
decid: “Estas Palabras no tienen cambio, porque son dichas por Dios, aunque se
oiga el Maestro”. Si aceptáis las palabras que dicen, para ponerlas en las
mías, ya olvidad mi Presencia y mis Palabras y no os sentéis más al lado de mi
Mesa, porque es un mal grande querer cambiar estas Palabras que son dichas de
Dios Padre, en Dios Hijo, que soy Yo”.
Fue terminar estas palabras y todos se
pusieron de pie. Santiago y Felipe, sus lágrimas no podían detenerse y sus
manos mojadas se veían.
Desperté, oí:
No se puede decir la grandeza de la Visión
y las Palabras que Dios Hijo decía a sus Discípulos. Aquí, con su Túnica y su
Voz, repetía mucho que querer reformar sus Palabras, ya era como si otro Dios
hablara.
“El que no acepte mis Palabras, ya
ensucia mi Enseñanza. Y va enseñando lo que es de otro mundo, donde no existe
Gloria”.
No se puede olvidar cómo estaba Dios
Hijo, con su Túnica, y sus Palabras con un Amor tan grande que su Voz retiraba
y acercaba.
Acercaba el Amor tan grande que sentías,
y retiraba el pensar:
“Yo quisiera, Señor, hacer más de lo que
hago, para que el Mundo sepa que estás vivo con Cuerpo”.
Éstas son palabras que si sientes Amor de
Dios las abrazas.
El sueño me lo retiraba, cuando desperté,
el pensar en el Arrobo, en la Voz de Dios y su Presencia con su Túnica. Esto no
se quita de mi pensamiento.
Igual que la carne que Dios me unió, que
estaba en su despacho, como cuando copiaba los Mensajes.
Era su cuerpo, con su traje, tan normal,
que su voz la sentía como cuando su cuerpo vivía. Que en todos los momentos del
día no puedo olvidar estas palabras que Dios quiere que se digan: “Ana cuídate,
cuídate, que tu cuerpo le hace falta a tu espíritu para la Obra que estás
haciendo en el Prójimo”.
Estas palabras las dice un espíritu de la
Gloria en mi espíritu.
***
Libro 64 - Hechos de Jesús Perdidos, Hoy Dictados en Gloria - Tomo VIII - C7
No hay comentarios:
Publicar un comentario