lunes, 26 de agosto de 2024

El hombre Aquí ve Verdad

En Sueño Profético decían:

Si Dios no trajera a nadie a su Gloria para que justificara la Existencia de Dios, todo hombre se condenaría, porque el pecado se presenta y se defiende diciendo: “¡Esto no es pecado!” Si así se defendieran las Cosas de Dios, los hombres vivirían seguros, mientras tuvieran materia, de que no perderían la Gloria.

Pues este es el grande sufrir del que Dios trae a su Gloria. Él pone una muralla entre el pecado y la carne. ¡Pero qué trabajo cuesta hacer que comprendan y acepten! Antes: aceptar. Y luego: comprender lo que él en la Gloria ve, le dicen y siente.

Si Esto no quedara escrito, ya se habrían juntado los Demonios diciendo que es mentira. Pero el que lea estos Dictados, ve que tienen la Fuerza de la Palabra del Cielo. Ni Jerarquías de la Iglesia, ni el mejor letrado, escritor u orador de masas, puede compararse con este “Diciendo” de Dios, que día a día manda un Tema, una Aclaración y una Enseñanza.

Dijo uno:

¿Qué más quiere ver el hombre que a este Dios hecho Palabra? ¿Qué más que presentar un manco, de dos manos, un trabajo manual y decir: “Dios me ayuda y me dice que lo haga, y mis zoquetas se mueven como si las manos no faltaran?” ¿Qué más pruebas quiere ver el hombre en estos Escritos Sagrados, que Dios dice al espíritu primero, que es el que lleva la fuerza para luchar con la carne?

Desperté, oí:

El hombre Aquí ve Verdad, pero él no quiere verla.

Porque al decir Verdad tiene que tener obediencia al Mando que Dios da.

El hombre sabe que hay Dios, pero Le pone otro nombre.

¡Cómo comparan en la Gloria un trabajo manual del que las manos no tiene!

Pues cómo escribir esta amplia e inmensa Teología ningún hombre de la Tierra.

Dios manda en la Gloria que estas palabras se repitan una y mil veces:

“Este elegir de Dios, hoy es único, con esta Enseñanza Divina”.

Pues este ”Diciendo” es sin parada, mientras su materia viva.

El hombre ya se condena al querer que sea mentira.

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Libro 75 - Meditaciones y Palabras Directas con El Padre Eterno - Tomo VIII - C5

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