En Sueño Profético hablaban del que Dios tiene Elegido para
que hable de la Gloria.
Dijo un Discípulo de Dios, Maestro, como
Él quería que Le llamáramos:
El ser Elegido para hacer el Mando de
Dios es una gran alegría y también un sufrimiento grande. Este sufrimiento lo
dan los que siguen el camino de Dios, pero queriendo reformar lo que el Elegido
va diciendo. A esto, nosotros, los Discípulos de Dios, tenemos que darle
desprecio, y también a lo que sabemos que el Maestro no enseña, porque es
enseñanza de la Tierra, y la Tierra compra y vende el pecado.
Ya diré la Enseñanza del Maestro, que no
es comprendida por el que no está entregado como por el que recibe este Mando:
Un día, de esos días que son largos
porque el Sol dura muchas horas, íbamos tres Discípulos a una finca en el
campo, porque allí el Maestro nos esperaba. En el camino había tres mujeres
jóvenes, esperando, sentadas en unas piedras. Fue pasar nosotros y las tres
ponerse de pie con estas palabras:
—Aquí estamos esperando a los que ya tenemos delante, que sois vosotros,
los Discípulos del Maestro. Nosotras queremos ir con vosotros para estar un día
juntos y después buscar al Maestro. Esto lo dijeron con fuerza y con la
intención de quitarnos de que fuéramos Discípulos.
Ya dije yo, que soy el que lo estoy
dictando y mi nombre es Santiago:
—Si vosotras sois seguidoras de la Pureza que enseña el Maestro, no
podéis estar aquí un día esperándonos. ¡Y una a cada uno de los que venimos!
Para esto ya veníamos preparados, porque el Maestro, antes de salir, con su
Mando nos ha dicho lo que podía pasar para tratar de ensuciar sus Palabras.
Una de las tres que había dijo estas
palabras:
—Yo no quería venir a ensuciaros a vosotros, los Discípulos.
Las otras eran conocidas y querían que el
que las conociera las viera con los que seguían al Maestro. Éstas eran
pecadoras. Pero la otra quería que el Maestro la perdonara.
Desperté, oí:
A la que quería que el Maestro la
perdonara, se le veía que quería el Perdón en la ropa que llevaba, y también en
el temor con el que a los Discípulos se acercaba.
Ya dijo Santiago:
—Vente tú sola con los tres que vamos, que puede que Dios, Maestro para
nosotros, te esté esperando.
Fue llegar a la finca donde el Maestro
estaba y Él y la dueña de la finca a ella se abrazaron, y estas palabras le
dijo la dueña:
—Ya te quedas aquí conmigo y me dices lo que has sufrido. El Maestro
vino un día a mi casa y me dijo que esto pasaría, pero que su Mando a mí me lo
dejaba, porque era merecido quitar del pecado al que no podía con esa vida
vivir.
Esta mujer no llegó a pecar, pero la
seguían las que querían tener una más para pecar.
Antes de hacer algo que no sea para
seguir las Palabras de Dios, mira al Cielo, y ya Dios pondrá en tu cuerpo Amor
y Pudor Eterno.
Este Arrobo ha sido para que conozcas que
lo que los espíritus del mal quieren que tu presencia haga cuando eres de Dios.
Éramos tres Discípulos de Dios, pero el
Mando lo llevaba yo.
Santiago, un Discípulo de Dios.
***
Libro 64 - Hechos de Jesús Perdidos, Hoy Dictados en Gloria - Tomo VIII - C5
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