En Sueño Profético vi un salón con unos cuantos escalones enfrente de la entrada. Subió uno a la plataforma y dijo:
Aquí se reúnen los gentiles para hablar de sus proyectos. Contaré lo que un día ocurrió delante de mi presencia:
Estábamos con el Maestro en el Cenáculo y llegó un tal Daniel, pariente de Isabel, la prima de la Virgen Madre de Dios Hijo, y le dijo:
–Maestro, vengo en el nombre de unos gentiles. Me mandan porque quieren hacerte unas preguntas y oír tus respuestas. Me esperan para que les diga si acudirás a su cita.
Quedó el Maestro un poco dolorido y contestó a Daniel:
–Daniel, estas Palabras no van por ti, son para que tú las repitas en mi Nombre. Diles que mi Padre me ha mandado para que predique sus Leyes, y el que me ame, me busque. Yo seré como el más humilde, pero cuando me amen. Al citarme y no venir el gentil, ya no me ama y Yo no acudo a su cita. Si él me ama, viene en mi busca y Yo me voy con él.
Desperté, oí:
El Maestro era para todos por ser Dios.
Él sí podía elegir y citar.
Él elegía, pero no citaba; Él mandaba a sus Discípulos en su Nombre que fueran caminando y diciendo sus Palabras, mientras Él iba por caminos distintos.
Él no mandaba a los Discípulos quedando Él de Rey, Él caminaba y avanzaba más que ninguno.
Procuraba el descanso y la comida antes para ellos que para Él.
No atender a sus Discípulos era maltratarlo a Él.
Dios, al que lo amaba, Él iba sin que lo citaran.
Dios da Amor, y el que quiere este Amor, lo busca.
Lo busca y lo encuentra, porque Dios siempre está esperando.
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Libro 3 - La Palabra del Creador - Tomo I - C7
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