En Sueño Profético hablaban del pecado.
Decían que el pecado lo agrandaba más el que creía que no pecaba diciéndole a todo: “no es malo”; reformando Leyes Divinas que van al hombre acabando, porque vive sin temor de un Dios que no obliga, siendo Poderoso para acabar con el mundo y traerse a su Gloria a aquellos espíritus que a Él Lo siguieron.
Es que el hombre reforma sin sentido, sin tope y sin sesos. Es niño que juega con peligro y fuego. Con la gran diferencia de que el niño nunca pierde el Cielo.
Si al niño, el mayor, le nombrara a Dios con el amor que lo cogen sus brazos y le da el alimento, el niño no podría crecer y llegar a hombre sin poner a Dios primero. Ya, este Amor le prohíbe reformar las Palabras y Leyes de este Cielo.
Desperté, oí:
El hombre que cree que no peca
reformando los Mandamientos de Dios
y no cumpliendo el Evangelio
–Palabra dicha por Dios–,
éste no ama.
Le entrará miedo cuando vea
que la muerte lo llama.
Y miedo al sitio sin Dios,
que su nombre es Infierno.
Esto no son amenazas,
porque fijo muere el cuerpo.
Y si tú a Dios no quisiste,
estando con cuerpo,
¿cómo va Dios a entrar tu espíritu
donde la Paz hace el Cielo,
si tu espíritu es rebelde
y reformó el Evangelio!
Palabra dicha por Dios,
y hoy la sigue diciendo.
¡El que a Dios Le reforma,
está a favor del Infierno!
***
Libro 18 - Dios No Quiere, Permite - Tomo III - C8
El origen del pecado fue la vanidad y la necedad de querer ser como Él. Aún no hemos asumido nuestro papel de criaturas del Todopoderoso.
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