En Sueño Profético decían:
Dice mal el desear y no buscar,
y el querer y despreciar;
el reconocer el bien
y dejarlo por el mal.
Estos son hombres que dictan
lo que Dios manda dictar.
No debía haber duda
cuando alguien dice
me habla Dios.
Pues si esto fuera mentira,
ya tendría mortificación
vivir viviendo esta vida
para que vieran verdad
en lo que era mentira.
Dijo uno que vivió en el tiempo de Juan de Dios:
No hay mejor examen que seguir paso por paso al que dice: “me habla Dios”.
Esto ya fue hecho por mí, para que unos vieran la mentira de ellos hecha verdad.
Tenía yo amistad con unos grandes comerciantes de tejidos, que no me veían una vez que no me hicieran esta pregunta: ¡Qué, Francisco, ¿y tu amigo el loco?!, y de apellido era la carcajada. Pues a tantos como en la tienda había, los ponían en mi contra. Con nada que dijera, Juan de Dios sabía quién era. Y como éstos eran de gente resonante en dinero, hundían a Juan, y sus palabras tenían valor para el que no amaba a Dios –que esto era lo más corriente–, y veían imposible la aparición de Dios.
Una mañana, los invité a que ellos vieran actuar a Juan, y ellos mismos lo juzgaran. A dos hermanos y al padre les presenté a Juan, y lo siguieron. Aquella mañana toca unos niños infectados por unas picaduras, que producían unas vejigas y se reventaban con aguaza. La madre trabajaba en el campo, y el padre los cuidaba por estar haciendo la vida de la madre, porque medio cuerpo llevaba a la rastra hacía ya más de dos años. Cuando nos presentamos en busca de Juan, ya iba cargado con lo que el día de antes le habían pedido.
Desperté, oí:
¡Qué impresión dio a los que llevé, cuando vieron lo primero: sacar un rollo de gasa, y en un cacharro que ya el padre le tenía hervido, limpiar y chapotear al niño!
Pero si esto los frenó, ya los dejó inmóviles cuando vieron al niño decir: “¡Ya viene Juan de Dios!”, y con risa se enganchó a su cuello.
¡Perdón, Dios mío!,
salió de boca de éstos,
¿cómo lo ha dejado en el cuello,
con el asco que da verlo?
¡Vamos corriendo a la tienda,
y echaré de penitencia,
que todo el que esté desnudo,
saldrá vestido de mi tienda!
Y mirando a Juan de Dios, le dijo:
¡He de hacer lo que pueda
por no oír: “es Juan, el loco”,
por lo menos en mi tienda.
¡Si la vida que hacía Juan,
se veía que era mandada!
Al decir “me habla Dios”,
te viene esta actuación:
Sigue los pasos de aquél
que te dice que a Dios ve.
JUAN DE DIOS
***
Quien cree en el Poder de Dios no duda que se comunique con una persona.Tampoco juzga si esa persona lo merece o no.
ResponderEliminarHay que tener cuidado en juzgar al Prójimo, seguro que siempre será equivocado nuestro juicio o por falta o por exceso, pero justos en su medida nunca seremos justos, eso sólo Dios por que es el único que conoce nuestro interior.
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